Ante la muerte de Robert Craft, la voz americana de Stravinsky
El pasado 10 de noviembre se apagaba la vida de Robert Craft en Gulf Stream, Florida. Tenía 92 años y había sobrevivido 44 años al gran nombre con el que permanecerá asociado para siempre: Igor Stravinsky.
Se va cerrando así el último círculo de próximos del genial ruso. En 2011 fallecía su hijo, Soulima Stravinsky, el más activo musicalmente de los hijos de Igor. Mucho antes, en 1982, había fallecido su viuda y segunda esposa, Vera de Bosset. En este círculo familiar se había hecho un hueco Robert Craft, trabajó como asistente musical de Stravinsky, dirigió múltiples obras suyas y escribió una serie de libros que marcan el retrato póstumo del genio con una larga serie de conversaciones, escritos fragmentarios, entrevistas y misceláneas.
Nacido en Kingston, Nueva York, el 20 de octubre de 1923, Craft estudió música en varios centros especializados, incluyendo la célebre escuela Juilliard. Fue asistente de Arnold Schoenberg y comenzó dirigiendo obras del vienés, así como de Webern o Varèse, entre otros. A finales de los años cuarenta entra en contacto con Stravinsky, en principio para auxiliarle con el idioma inglés en la confección de su ópera The Rake’s Progress. Pronto congenian y Craft va adquiriendo un peso mayor en la vida de un músico que comenzaba a asentarse en la setentena y peleaba con un entorno, el americano, en el que su posición no era nada fácil. Era muy famoso sí, pero la juventud se orientaba hacia Schoenberg (ambos vivieron relativamente cerca, en Los Angeles, aunque nunca se trataron), y en el entorno internacional lo que quedaba de residuo neoclásico stravinskyano se daba ya por amortizado.
En los años cincuenta, con Craft a su lado, Stravinsky se reinventa, comienza a acercarse al dodecafonismo y prepara la revisión y grabación de su vasta obra completa: esa célebre grabación de la Columbia que hoy posee la casa Sony y que cada generación reaparece en el mercado, como lo hace de nuevo en estos momentos.
En esa reinvención, los libros que prepara y edita Robert Craft son imprescindibles. En las conversaciones y el resto de textos que pueblan sus 25 publicaciones, Stravinsky ya no es el acartonado músico que se dibujaba en Crónicas de mi vida (pieza de los años treinta), o su Poética musical (característica del comienzo de los años cuarenta). En esas publicaciones, Stravinsky aparece como un artista engreído, altanero y, sobre todo en Poética, dogmático e irritante, como si mantuviera una suerte de militancia conservadora con la que parecía defenderse del entorno francés, país que le había concedido la nacionalidad poco tiempo antes de abandonar Europa para aspirar a ser un ciudadano americano.
En los libros editados por Craft, Stravinsky se suelta, habla con fluidez de sus recuerdos, de sus ya míticos contactos (para esos años, mediado el siglo), habla de música y músicos, expresa su respeto por la Escuela de Viena (eso sí, una vez ya fallecido Schoenberg, en 1951), e incluso menciona con asombrosos elogios a la recientísima generación, especialmente a Pierre Boulez y a Stockhausen. Es un hombre simpático, comprensible, humano y, sobre todo, amante de la música, fervoroso auditor de los cuartetos de cuerda, de Beethoven, de Bach, de Gesualdo.
Y en toda esta operación Craft está de por medio. Y no irían a tardar en aparecer las suspicacias. Craft termina siendo acusado de tergiversar al maestro, de hablar por él. En alguna ocasión se insinúa que ha sido Craft quien ha conducido a Stravinsky hacia el serialismo dodecafónico, algo que, de ser cierto, debería ser sobre todo un elogio.
Son acusaciones sorprendentes. La del serialismo la revoca pronto Craft poniendo de manifiesto que poco poder podía tener un joven treintañero en una figura de la talla del ruso de vuelta de todas las batallas del siglo XX. Respecto a la acusación de que sus textos son poco menos que inventados, es difícil creer que Stravinsky no diera el visto bueno a los libros, quizá Craft tuviera autonomía en la expresión en inglés del maestro, pero es increíble cualquier otra suposición. Además, se da el caso de que Stravinsky siempre tuvo ayudantes, si no negros, en la confección de sus textos, ya fuera Ernest Ansermet en Crónicas de mi vida, o Pierre Souvtchinsky en la Poética musical, ¿por qué sería diferente con Craft?
Pero, más allá de las maledicencias, Craft despertaba recelos en figuras muy serias; ya fuera el propio hijo de Igor, Soulima Stravinsky, o un Pierre Boulez cada vez más cercano al maestro.
Pero Stravinsky fallece en 1971 y las rencillas pasan a un plano cercano a la curiosidad. Craft seguirá cuidando las reediciones de sus libros con o sobre Stravinsky y permanecerá cercano al entorno que cuida su legado. Hoy, olvidadas todas las batallas, el legado de escritos de Stravinsky/Craft sigue siendo uno de los momentos del pensamiento musical más frescos y elevados de todo el sigo XX. Cuando yo era un estudiante adolescente, recuerdo a un profesor del conservatorio decir que Stravinsky había vivido mucho, lo que no tardó en enmendarse en el ya citado 1971. De igual manera, alguno habría que considerase que Craft estaba viviendo demasiado hasta el reciente 10 de noviembre. Pues, se acabó, game over.
Todo el grupo que confeccionó la historia americana de Stravinsky se ha convertido en recuerdo. Con ello, es muy posible que la figura de Robert Craft gane en importancia, una importancia que para mí la tuvo desde que leí el primero de sus libros que cayó en mis manos; aún sigo releyéndolo/os. Son instructivos, distraídos, cultos y ligeros a la vez. No dudo de que el “bajo profundo” de Stravinsky es realmente dominante en ellos, pero sin Robert Craft nos habríamos perdido uno de los relatos esenciales de la música del siglo XX, estoy seguro.
Descanse en paz Robert Craft, el americano impasible de la vida de Igor Stravinsky.
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