El Liceo de Cámara y los Opus Ultimum
El Liceo de Cámara de la Fundación Caja Madrid llega a su edición número XX, para la temporada 2011-12, con un ciclo orientado hacia las obras finales de los grandes compositores.

Franz Liszt, entre 1854 y 1860. Foto: Archivo Félix Nadar
Bajo el título Opus Ultimum se encuadran 18 conciertos que tienen como eje a las formaciones con más solera del ámbito de la música de cámara, especialmente el cuarteto de cuerda, protagonista de diez de los 18 conciertos, aunque dejando espacio para otras formaciones en las que también tienen sitio los instrumentos barrocos.
La apuesta del Liceo de Cámara por las agrupaciones emergentes es indudable. Así, comienzan su ciclo con el Cuarteto Quiroga, uno de los jóvenes españoles que más están dando que hablar y que pretenden que el cuarteto en España no sea un monólogo del ya bien establecido cuarteto Casals. Y concluye el ciclo con el Cuarteto Capuçon, no por bien conocidos menos jóvenes, o quizá en una madurez aún juvenil. Los Capuçon en cuarteto, los dos hermanos y sus dos fieles acompañantes en esta aventura camerística, vienen bien reforzados para poder interpretar la Metamorfosis, de Strauss, en versión de septeto, además del pianista Nicolas Angelich para el Trío, op. 120, de Fauré y el Cuarteto con piano, de Lekeu. También son jóvenes, y también sobradamente conocidos, los finlandeses del Meta4 y el Cuarteto Arcanto, los dos únicos que brindan dos conciertos en el ciclo. A su vez, la célebre violista Tabea Zimmermann brindará un recital con piano, y como es, a su vez, viola del Arcanto, será una de las estrellas de esta edición número XX con tres presencias.
El apartado de cuartetos lo completa el Hagen, el de Tokyo, el Ebène, el Belcea y el Pavel Haas. Entre muchas obras terminales destacan en el ciclo la revisión de los seis últimos cuartetos de Beethoven; un buen recordatorio de Liszt, aniversario obliga; una buena mirada a Schubert; una selecta revisión de obras finales de J. S. Bach, incluyendo “El arte de la fuga”, “La ofrenda musical” o las Variaciones sobre Vom Himmel hoch da komm ich her, o sea, monumentos de sus últimos años; todo ello sin olvidar a Shostakovich, Brahms, Britten, Bartók, Debussy, Strauss o Fauré (por no citar más que a los que repiten en más de un concierto).
En cuanto a las agrupaciones no cuartetísticas, y aparte de la ya citada Tabea Zimmermann que viene acompañada por el pianista Kirill Gerstein; mencionamos por orden de aparición en la temporada al trío formado por Jan Söderblom, el chelista Marko Ylönen y el pianista Arto Satukangas (con un programa todo Schubert); la mezzo Christianne Stotjn, la viola Isabel Charisius y el pianista Roger Vignoles (para recordarnos los mórbidos tonos crepusculares de Brahms); el recital de violín y piano que brindará Isabelle Faust y el pianista Alexander Melnikov (con una buena ración de sonatas para este dúo de Bartók y Shostakovich junto a un Schubert otoñal, si es que es lícito referirse así a un compositor que lindaba los treinta años cuando realizaba sus últimas obras); el prodigioso violonchelista holandés Pieter Wispelwey, acompañado por el pianista por Cédric Tiberghien en Schubert y Debussy, mientras que Wilpelwey tocará solito la célebre Suite de Britten y Tiberghien hará lo propio con cuatro piezas de Liszt de esos años finales en los que el viejo león romántico se olvidaba de la tonalidad; el quinteto barroco formado por Daniel Sepec y Christine Busch, violines, Patrick Sepec, violonchelo y Michel Schmidt-Casdorff, flauta travesera, todos ellos instrumentos barrocos, junto al clave y órgano de Christine Schornsheim, serán ellos los que interpreten tres obras monumentales de J. S. Bach junto a otra de su hijo, Carl Philip Emanuel. El último equipo no cuartetístico lo conforman el dúo de Hanna Weinmeister, violín, y Alexander Lonquich, con sonatas de Schumann, Franck y Debussy.
Un ciclo, en suma, muy equilibrado, mucho más clásico que otros años (si hay algo atonal será de Liszt) y en el que se echa en falta alguna cosita actual para espolvorear el guiso. Todo ello sin hablar de algún encargo a algún compositor actual, que ha desaparecido del ciclo, aunque quizá la idea misma del Opus Ultimum hiciera indeseable cualquier estreno. De todos modos, no nos engañemos, eso es algo que molesta más a los analistas de programas (y a algún implicado) que a los fieles del ciclo que, a buen seguro, van a salir este curso encantados de haberse conocido, dada la solvencia y contundencia del programa y, una vez más, la inteligencia programadora reflejada en la sólida red temática, tanto histórica como musical.
La juventud, en todo caso, la ponen los intérpretes, una fabulosa promoción de nombres que ha sustituido sin problemas a los viejos dinosaurios que, a lo sumo, quedan representados por el incombustible Cuarteto de Tokyo.
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