Una memorable Adriana Lecouvreur corona la temporada liceística
El Gran Teatre del Liceu ha tenido a bien culminar su temporada lírica con la reposición de la aclamada producción historicista de Adriana Lecouvreur firmada por David McVicar, repuesta para la ocasión por Justin Way.

A pesar de no ser uno de los títulos más representados en los anales de coliseo barcelonés, la obra maestra de Francesco Cilèa ha gozado de una gloriosa galeria de intérpretes en la capital catalana: Mercè Capsir, la Tebaldi, Caballé, Freni o Dessì, en el rol protagonista femenino; Carreras, Domingo o Alagna, en el de Maurzio; la mezzos Fiorenza Cossotto, Dolora Zajick o Elisabetta Fiorillo como princesas de Bouillon; el magistral barítono Joan Pons en la parte de Michennet, entre otros. Siguiendo la estela de estos grandes nombres, y aun a pesar de algunas cancelaciones, las funciones del pasado mes de junio contaron nuevamente con un reparto estelar que hizo las delicias del público catalán. La exquisita soprano Aleksandra Kurzak encarnó el rol titular haciendo gala de un canto rico en matices y de incisiva pulsión dramática, resultando exquisita en todas sus intervenciones. Roberto Alagna repitió en uno de los dos repartos como Maurizio, haciendo alarde de un espléndido estado de forma y apurando la intensidad expresiva de cada suspiro. La colosal mezzo Clémentine Margaine llegó a eclipsar por momentos a sus colegas con un instrumento de un caudal dramático con pocos equivalentes en la escena contemporánea. Luis Cansino logró también dar un gran relieve al atormentado personaje de Michennet, mientras que Carles Daza y Marc Sala sacaron punta a los coprimarios Quinault y Poisson. En un plano más discreto quedó la interpretación de Felipe Bou como Príncipe de Bouillon, completando con notable prestación el reparto Didier Pieri (Abate di Chazeuil), Pau Bordas (Mayordomo), Irene Palazón (Mademoiselle Jouvenot), Anaïs Masllorens (Mademoiselle Dangeville).
La espléndida recreación escenográfica Charles Edwards, el bello vestuario de Brigitte Reiffenstue y la pulcrísima dramaturgia de McVicar puesta al día por Justin Way, encontraron un fiel aliado desde el podio con la dirección musical de Patrick Summers. Al frente de una inspirada orquesta titular, el director americano supo dotar a la obra de todo el aliento dramático contenido en la inspirada partitura del maestro Cilèa, aflorando la belleza intrínseca de su inspirado melodismo y la unción tímbrica y camerística de su refinada textura instrumental. No pudo haber mejor colofón de temporada.
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