Industria de la cultura: Industrias culturales + artesanías + prototipos
Hace tiempo que quienes nos dedicamos al análisis de la cultura, desde las prácticas creativas a las políticas y las modalidades de su gestión, estamos incómodos cuando se reduce todo este sistema amplio y complejo al término «industrias culturales», más si lleva el complemento de “creativas” ya que hay aspectos de la creatividad que no tienen nada que ver con la creación de contenidos simbólicos, que es el fin primordial de la cultura.
Hay creatividad cuando hay talento y esto puede darse en el fútbol, la carpintería, la contabilidad o el diseño de videojuegos violentos.
Pues bien, siempre acabamos las conversaciones, ahora virtuales, con la misma frase: tenemos que hablarlo. Ha llegado el momento de hablarlo porque se está confundiendo a la sociedad y se puede confundir a quienes toman decisiones.
El término “industrias culturales” aparece para designar un conjunto de actividades que tienen como base la difusión y comercialización mediante la «reproducción técnica de la obra de arte», como definió Walter Benjamín aplicado a la fotografía y después al cine. Siglos antes, Gutenberg había conseguido mecanizar la reproducción de la escritura y dar un salto de gigante en la difusión de la literatura. Consiguió mediante la imprenta superar la actividad amanuense y artesanal de los monasterios que hacían una a una reproducción de textos religiosos o literarios.
Nos ponemos en comienzo del s XX con una serie de “utensilios” que reproducen la copia de una obra visual o musical, como son el cine y los fonógrafos. Los avances de la imprenta con la prensa y la edición muy desarrollada en el s XIX permitían ya grandes tiradas, minimizar costes y maximizar beneficios. Son industrias de la cultura que permiten escuchar ópera en el Amazonas mediante los discos de pizarra y las rudimentarias gramolas. La aparición de la radio en los primeros años 20 y la televisión en 1929 multiplican esta corriente. Adorno y la escuela de Frankfurt (Habermas, Horkheimer entre otros) teorizan sobre este fenómeno después de la segunda guerra mundial. La sociedad de los mass media posterior acelera la mundialización de las comunicaciones y contenidos culturales mediante el cine y la televisión, ya con pleno predominio USA, con una función de creación de capital de forma destacada, relegando la creación artística y cultural (off off y underground) a pequeños laboratorios dentro de este complejo cultural- industrial.
La mayoría de los creadores artísticos aún seguían con un modelo heredado de la artesanía tradicional y de las nuevas ideas aportadas por el Arts and Crafts Movement británico y su continuación en la Bauhaus alemana. Creación de contenidos simbólicos controlando mucho su reproducción técnica. No se piensa entonces en lanzar grandes series a partir de un modelo acabado si no en pequeñas tiradas, pequeñas series controladas y numeradas por el artista y su sistema de intermediación: agencia, marchante, galerías, etc. La maximización de beneficios proviene de “no devaluar la obra única como un bien escaso”, muy apreciado en el mercado del arte. Como mucho, en las artes escénicas y en la música, prolongar la explotación a una o dos temporadas antes de volver a producir un espectáculo nuevo y esto en los grandes centros culturales. En la mayoría de las ciudades se dan una serie de actuaciones que amorticen el esfuerzo, ayuden a recuperar la inversión y realizar beneficios. Tanto el s XIX como el XX están llenos de ejemplo s de este funcionamiento comercial artesanal, que llega a nuestros días con bastante éxito en algunas disciplinas en el caso del sector “comercial” y también en el institucional. Pensemos en los conciertos de estadios del Pop, están absolutamente industrializados partiendo de un número de espacios con los que se trabaja con mucha antelación por las dificultades técnicas, es una artesanía muy sofisticada y tienen un tiempo limitado, la estación veraniega.
En el caso de las artes escénicas y musicales pervive una práctica histórica que es la itinerancia. En todo el mundo es una actividad y un medio de difusión muy apreciado ya que es la base del sistema de festivales, muestras, programaciones de temporada, teatros, auditorios, salas, clubes. En todo occidente funciona de esta manera. Ramón Zallo habla en sus escritos de una “industria del prototipo”. Se produce un espectáculo operístico, musical, teatral, circense y una vez contrastado con el público y los recomendadores (crítica fundamentalmente) si el resultado es el esperado comienza un operativo de muestra de ese prototipo ante diversos públicos, diversas audiencias. Esta forma generalizada de explotación es cultural y socialmente muy interesante, pero económicamente ineficiente, muy costosa, apenas permite la formación de capital para nuevos proyectos sin cargar excesivamente sus costes y depende en gran parte de los presupuestos públicos. Está casi en el extremo opuesto de las «industrias culturales»…y a medio camino de la “artesanía comercial”. Pensemos en una ópera o un gran concierto sinfónico, la construcción del “prototipo” es muy costosa, puede implicar a cientos de personas y consumirse en las actuaciones de un festival o una pequeña parte de la temporada de un teatro o auditorio.
Confundir los tres modelos es una perversión que viene muy bien a la tendencia neoliberal actual en la economía de la cultura ya que puede reducir estas complejidades al primer caso: producir con lo mínimo y alargar al máximo la serie de puntos de explotación.
Lo conveniente sería hablar de una «industria de la cultura» que fuera la suma de los tres modelos de producción: prototipo + artesanía + industrias, y habilitar políticas específicas para cada uno de estos modelos.
Muchos autores vienen hablando del tema, desde Raymond Williams y Pierre Bordieu en décadas pasadas hasta Richard Sennett en la actualidad.
Hagamos caso que nos jugamos mucho.
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