¡Hostelería y espectáculos, again!
Cuentan Els Comediants en sus memorias que, a veces, en la carretera les pedía la guardia civil la documentación del vehículo, los papeles, vamos. El conductor de la DKV sacaba entonces un puñado de papeles que por su cercanía al motor estaban ya sucios y llenos de aceite.
Eran las multas impagadas. Años después un funcionario de Transportes inventó aquello de “la tarjeta de transportes”, un sacaperras franquista para quienes tenían un camión como medio de vida. En la tarjeta que llevábamos grupos de teatro y música ponía, pomposamente: «hostelería y espectáculos», lo mismo valía para un bar entoldado en las fiestas de un pueblo que para hacer una obra de teatro en la plaza de ese pueblo en fiestas, después – ilegalmente- ya se ocuparía el alcalde de soltar unas vaquillas a los mozos. No todo iban a ser “tábanos” y “teloncillos”.
Y así seguimos, unidos en la desgracia, estos dos sectores de actividad. La pandemia nos ha vuelto a unir. Unos y otros dependemos de la presencia de un tercero: el público, el espectador, el cliente. Y dependemos de él en directo, allí mismo, no en un “cospedaliano” diferido. Esto es lo complicado en estos momentos.
Ahora en vez de transportes manda Sanidad y hacen bien limitando los contactos, pero una vez establecidos protocolos que funcionan se impone una labor inspectora.
¿Se cumplen? En los espectáculos si, lo hemos podido comprobar durante el verano y estás semanas de otoño. Auditorios de casi 1600 plazas con 400 espectadores, salones y de actos de 100 m2 con apenas 25 personas. Pero siguen presionando a la baja. Los medianos y grandes festivales musicales ni se plantean volver hasta que haya una vacuna probada en su eficacia.
Mientras tanto nos hemos ido acostumbrado al “aura fría” de las retransmisiones por streaming, en directo, algunas de pago y otras gratis. No es lo mismo, sin duda, pero están ayudando a pagar las facturas a muchos artistas. Han venido para quedarse como la formación y reuniones online. Pero no es de recibo que promotores públicos pretendan que se les regale «el producto» y no sólo para una retransmisión, sino para un tiempo largo, para eso ya están los canales de YouTube de los propios artistas.
Aún recuerdo a esas instituciones cuando pagaban costosos cursos recomendando la comunicación cultural mediante redes sociales, instituciones que no las usaban.
Todo un despropósito pre, ante y post pandémico.
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