Brillante inauguración de la Quincena donostiarra
La emblemática Quincena Musical de San Sebastián inauguró su 80 edición con dos conciertos sinfónicos protagonizados por la Mahler Chamber Orchestra y el director Jakub Hrůša
La inmensa sala del Kursaal se hizo pequeña para acoger al numeroso público que se congregó para asistir al concierto inaugural, el pasado 1 de agosto. La prestigiosa Mahler Chamber Orchestra, que el próximo 10 de agosto podremos escuchar en el ampurdanés Festival Castell de Peralada, regresó al auditorio donostiarra acompañada de dos jóvenes y talentosos intérpretes: el director checo Jakub Hrůša, recientemente nombrado director titular de la orquesta Sinfónica de Bamberg, y el pianista Seong-Jin Cho, ganador del Concurso de Piano Chopin 2015. El programa transitó un repertorio centrado en los albores del Romanticismo musical de la primera mitad del siglo XIX.
La obertura de resonancias escocesas Las Hébridas de Felix Mendelssohn fue la encargada de abrir la velada musical, en un arranque lleno de ricas y sugerentes atmósferas poéticas. Escocia fue un lugar de inspiración para los primeros creadores del Romanticismo y Mendelssohn dedicó a estas tierras varias páginas musicales, entre las cuales su extraordinaria SinfonÃa escocesa (núm. 3). En esta obertura se destila un romanticismo elegante, lÃrico y equilibrado que fue brillantemente evocado por una orquesta de cámara que, aun no siendo de instrumentos históricos, se acercó a una recreación con criterios historicistas. El joven director acertó en subrayar la sugestivas oscilaciones y modulaciones de la partitura, gracias a un sutil y equilibrado trabajo de las dinámicas. Frédéric Chopin brindó la ocasión de lucirse al fulgurante pianista coreano que abordó su Concierto para piano núm. 1 en mi menor, op. 11. Era de esperar el alarde de virtuosismo exhibido por el joven intérprete, pero la cosa no quedó ahÃ, pues el movimiento central no estuvo faltado de un inspirado aliento poético, tan solo apremiado un punto por unos tempi en exceso ligeros. Hrusa no se limitó a acompañar pasivamente al solista sino que se empleó a fondo en envolver las sutiles armonÃas del piano con la orquesta. Una delicada interpretación del Nocturno op. 9 núm. 2 de Chopin sirvió de propina conclusiva de la primera parte del concierto..
La Cuarta SinfonÃa de Beethoven fue la encargada de dar cuerpo a la segunda parte de esta velada inaugural. Después de los reservados acordes del adagio inicial se puso en relieve que el director checo no iba a ofrecernos una lectura complaciente de esta partitura vienesa. Empeñado en destacar el aliento dramático que recorre los pentagramas de la obra, Hrusa puso a prueba las secciones de la espléndida orquesta fundada por Claudio Abbado con una lectura incisiva y de un vital dinamismo. Su marcado carácter expresivo quiso alejarse de la dócil visión que tradicionalmente ha imperado sobre esta partitura, que sin duda atesora momentos de una inspirada genialidad.
El segundo de los conciertos, transcurrido el 2 de agosto, contó con la concurrencia de tres emblemáticas agrupaciones corales vascas, el Orfeón Donostiarra, Easo Eskolania y Easo Gazte Abesbatza, junto a tres solistas internacionales, la soprano Katerina Knezikova, el tenor Gyula Rab y el barÃtono Adam Plachetka. El programa, interesante por lo inusual en estas latitudes geográficas, comenzó con una enfática interpretación del Te Deum de AntonÃn Dvorák, una pieza que el joven maestro Hrůša ostentó conocer a fondo aunque esto le llevara a incurrir en determinados efectos dinámicos (exagerados pianissimi) que, de tan acusados, en reiterados momentos hicieron prácticamente inaudibles las voces del nutrido orfeón. La encantadora soprano y el sobrio barÃtono solistas, ambos checos, cumplieron su cometido con gran solvencia. El Psalmus Hungaricus de Kodály completó la primera parte del concierto. Se trata de una pieza poco difundida fuera de la tierra natal del compositor húngaro, una obra de un profundo calado expresivo que la Mahler Chamber Orchestra y el conjunto de coros vascos abordaron con intenso candor y un portentoso trabajo del texto y de las dinámicas. El joven tenor húngaro, aunque de voz un tanto ligera, logró dar relieve a sus páginas solistas.
La SinfonÃa núm. 2 en Do mayor op. 61 de Robert Schumann fue la encargada de concluir el programa. Esta amplia página sinfónica, concebida por el compositor alemán entre finales de 1845 y el otoño de 1846, contiene claras resonancias a la música de Beethoven y Mendelssohn, cosa que tejÃa de coherencia los programas de ambas sesiones musicales. El uso reiterado del contrapunto es uno de los recursos manifiestos de la partitura, que contiene algunos de los pasajes expresivos más elevados del corpus de Schumann, como el irresistible adagio del tercer movimiento, que resultó uno de los momentos culminantes de la velada. Aunque, en el primer movimiento, el contraste entre el dibujo rÃtmico del primer tema y el cromatismo fragmentado del segundo quedó algo desdibujado en su desarrollo, el lucimiento de las secciones y la nitidez discursiva de su arquitectura sonora acabaron redondearon una feliz interpretación de esta monumental obra. Asà lo certificaron los efusivos aplausos del entusiasta público que, por segundo dÃa consecutivo, abarrotaba el emblemático auditorio donostiarra.
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