Pires y el ocaso chopiniano de Occidente en Mallorca
La pianista portuguesa abrió con Mozart, Beethoven y Chopin el ‘VII Formentor Sunset Classics’
A las siete de la tarde el sol, en su cénit, no insinúa sÃntoma alguno de fatiga y persiste en su monólogo. Brilla en plenitud de facultades como lo hizo dÃas atrás a orillas de la BahÃa de Pollença la Sonata para piano nr. 12 en Fa Mayor K.332 de Wolfgang Amadeus Mozart. El compositor, de los tres elegidos, que mejor se aviene al pianismo de Maria João Pires. La intérprete portuguesa fue la encargada de inaugurar el pasado 31 de mayo en los jardines del Royal Hidewaway Hotel la presente edición del Formentor Sunset Classics.
Un fraseo diáfano, una articulación impecable y esa mano izquierda resuelta, versátil, siempre presta a heredar la melodÃa con una aplastante obviedad, sin junta ni cesura. El Mozart de Pires fue exquisito, genial en su naturalidad. Pires no toca a Mozart, sino más bien lo fluye, lo desliza. Asà lo confirmaban las cámaras cenitales que fiscalizaban ambas extremidades de la intérprete. Una concesión a la realidad aumentada lÃcita, de hecho, la única legÃtima a mi entender entre tanto despliegue técnico. El escenario era más propio de un concierto de rock que de un recogido Klavierabend. La flagrante amplificación para contravenir el credo de la pianista lusa, partidaria de retornar al fortepiano primigenio, al sonido Ãntimo expelido por el instrumento y no por la reverberación del altavoz.
Menos cómoda se la vio en la Sonata nº 8 en do menor ‘Pathétique’ de Beethoven, cuyo endiablado Allegro di molto e con brio le acarreó algún apurillo puntual, solventado sin más. Beethoven sonó a epÃgono de Mozart, lo cual no deja de ser en parte cierto, pero servidor hecho aquà en falta una dinámica mucho más contrastada, más enfatizada, más Sturm und Drang. Ese yin yan (Grave-Allegro) del primer movimiento no acabó de arrebatar, esa calma inquietante no lo fue tanto, ni tampoco tan dramática y desbordante la réplica del Allegro resultante. Quizás el sol todavÃa estaba alto, lejano aún el ocaso. Tras un Adagio cantabile ejecutado, Pires volvió a mostrar su mejor versión en el Rondo, donde la filiación con Mozart quizás sea más perceptible. Con él liquidó la primera parte del recital.
La segunda parte, monográfica Chopin, conllevó un acierto dramatúrgico digno de ser aquà reseñado y justo es asà reconocerlo. Sólo en su segunda parte se puede hablar de Sunset en el sentido astronómico del término. Media docena de nocturnos, ahora sÃ, acompasaron la paulatina puesta de sol en una atardecer mediterráneo de manual. Ordenados en tres tandas – los números 1,2 y 3 del op.9; los 1 y 2 del op27 y el Nocturno nr.19 correspondiente a su opus póstumo. Con tino quiso que la. En esa segunda parte Pires si apeló a la mÃstica y dejo que la ensoñación precediera a las notas. De todos modos uno se queda con la vena mozartiana de la pianista lisboeta, donde la prima naturalidad. Y esa naturalidad, bien entendida o tal como la entiendo yo, equivale a magia en el sentido literal de la palabra.
Desde hace ya unos años el Formentor Sunset Classics inaugura extraoficialmente la temporada del postureo en Mallorca. No creo aventurarme en exceso si aseguró que el atuendo casual y discreto de Maria João Pires se contaba entre los más discretos de entre cuantos y cuantas nos hallábamos en el selecto parterre (entradas de 200 a 1000 euros). Sobredosis de glamur, metros y metros de alfombra roja, photocall incluido para no perderse de camino al escenario. Y entre tanto pavoneo previo el concierto arrancó, no obstante, con la primera fila medio vacÃa por un descortés retraso de los oyentes vip. Pires, ya sentada en el piano, con estoicismo y savoir faire demoró entre dos y tres minutos el ataque de la Pathétique hasta que todo el mundo estuvo acomodado en sus localidades.
Nadie discute el encanto, la concierto al ocaso en un emplazamiento tan paradisÃaco como la costa de Formentor. Más discutible es desde el punto de visto de la fidelidad acústica amplificar un instrumento como el piano, que incorpora de base su cola o caja de resonancia. Uno es consciente de que organizar un concierto al aire libre tiene sus hándicaps e interferencias sonoras: las gaviotas, las ráfagas de brisa marina, alguna embarcación que se apresura a fondear o el vuelo bajo de alguna avioneta. Ahora bien el buen aficionado que quiere escuchar de verdad a Pires, quiere escuchar el sonido que sale de la tapa de sus martillos, de esa arpa tumbada y no de los bafles, por muy fieles que sean al sonido original (hecho del que yo no dudo).
Es innegable que la organización no escatima esfuerzos en servir en bandeja de plata el producto que comercializa. Aplaudo las cámaras de proximidad cenitales que nos permitieron seguir en todo momento las diabluras que los menudos dedos de la pianista portuguesa tramaban sobre las 88 teclas del instrumento. Mucho me temo, no obstante, que entre los presentes escaseaban los aficionados a la música. Año tras año el festival canjea aficionados a la música por elitismo, jet set local, exhibición de músculo propio y puestas de sol con sabor a publirreportaje.
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