Una feliz recuperación
La presente edición del Festival de Pesaro ha repuesto una desconocida joya rossiniana que ha hecho las delicias del público.

Torvaldo e Dorliska
Dos meses antes del fatídico estreno de Il barbiere di Siviglia, Rossini presentaba su primera ópera romana: Torvaldo e Dorliska (diciembre de 1815). Una ópera de carácter semiserio que se inscribiría dentro del género de las obras de rescate (opéra de sauvetage), aunque en ella, Rossini y su libretista Cesare Sterbini, fueran más allá del patrón, anticipando algunas soluciones novedosas. De entrada, su dramaturgia sorprende por la profundidad psicológica de sus personajes, que superan los arquetipos habituales del género. Por ejemplo, resulta insólito el personaje del duque Ordow, un papel de bajo bufo malvado que en alguna de las escenas de forcejeo con la protagonista parece anticiparnos el célebre dúo pucciniano entre Tosca y Scarpia. También resulta palpable el aliento preromántico de algunas escenas, alimentadas por una música subyugante que nos anticipa el Rossini venidero. Así como también, cabe destacar la carga política y revolucionaria del libreto, en el cual los servidores y lugareños se alzan enardecidos contra la tiranía del pérfido duque, ocasión que el compositor aprovecha para dar aliento a una memorable escena coral.
La reposición pesarense retomó la anterior producción de 2006 y confió a Mario Martone la dirección escénica del melodrama. La escena se compone de un único marco escenográfico: un bosque frondoso y de aliento romántico que constituye el fondo y una gran verja metálica que delimita la espesura del bosque y el primer plano del escenario, prefigurando las estancias ducales. Martone sabe mover con acierto los actores jugando con diversos espacios del Teatro Rossini: escenario, platea, palcos, una pasarela que envuelve el foso… Ello contribuye a dar mayor fluidez a la acción dramática y a integrar el espectador en la misma, sin aventuras transgresoras y con un dinámico discurso narrativo. Dinamismo compartido por la ágil y vibrante dirección musical de Francesco Lanzillotta, quien supo exprimir con buen temple y ejemplar concertación la exigente partitura rossiniana.
Por lo que al cast se refiere, el papel del Duca d’Ordow fue desempeñado por el carismático Nicola Alaimo, un bajo bufo de talla monumental y de gran rotundidad escénica cuyo canto, a pesar de resultar poco pulido en los pasajes más líricos, resultó efectivo y vigoroso en su conjunto. La pareja de enamorados estuvo encarnada por la soprano Salome Jicia (Dorliska) y el tenor Dmitry Korchak (Torvaldo). La interpretación de la cantante georgiana resultó un tanto vehemente y poco delicada, con un agudo excesivamente abierto y acusado de vibrato, si bien salió airosa de en las numerosas agilidades. El tenor ruso, en cambio, destiló una auténtica lección canora: exquisita musicalidad, elegancia, timbre grato, agudos firmes y rotundos; su aria del segundo acto fue una auténtica exhibición de belcantismo. Completó el cuarteto protagonista el espléndido Giorgio de Carlo Lepore, quien, a pesar de tener un brazo lesionado, recreó con gran autoridad vocal y escénica el papel del irónico criado que, en cierta medida, ya nos prefigura el futuro Figaro rossiniano.
La Carlotta de Raffaella Lupinacci aprovechó su aria di sorbetto para lucir su voz fresca, lozana y bien modulada. El coro del Teatro della Fortuna M. Agostini cumplió con desenvoltura escénica y solvencia musical, así como también la Orquesta Sinfónica G. Rossini, a pesar de algún leve desliz de las trompas en la sesión del pasado 18 de agosto.
En su próxima edición, el Rossini Opera Festival celebrará el 150 aniversario de la muerte de Gioachino Rossini con el estreno de tres nuevas producciones operísticas: Ricciardo e Zoraide (dirección musical de Giacomo Sagripanti y dirección escénica de Marshall Pynkoski), Adina (dirección musical de Diego Matheuz y dirección escénica de Rosetta Cucchi) e Il barbiere di Siviglia (dirección musical de Yves Abel y dirección escénica de Pier Luigi Pizzi). ¡Para no perdérselo!
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