La Bohème regresa al Liceu
Como colofón de la temporada, previa estrena del original montaje de Suzanne Andrade, Barrie Kosky y Paul Barritt sobre el singspiele mozartiano Die Zauberflöte a mediados del próximo julio, el Gran Teatre del Liceu ha revisitado La Bohème pucciniana con una impecable producción a cargo del director escénico Jonathan Miller.
A pesar de su prestigiosa y dilatada trayectoria, el veterano director londinense debutaba con este tÃtulo en el coliseo de Les Rambles, dando muestras de un dominio magistral del oficio y una puntual atención a traducir en la escena el más mÃnimo detalle del texto y de la partitura, lejos de las aventuras esnobistas y especulativas que tanto han castigado este escenario – y sus bolsillos – de un tiempo a esta parte. Miller sitúa la ambientación de la obra en las primeras décadas del siglo XX, cosa apreciable especialmente en el vestuario, valiéndose de una escenografÃa funcional y de corte tradicional, con el único pero de que, en algunos cuadros, obliga a cantar a los protagonistas en un excesivo segundo plano. No obstante, el movimiento de actores y de las masas corales, en el segundo cuadro, fue todo un acierto.
En el apartado musical, el maestro galo Marc Piollet quiso y supo explotar virtuosamente las atmósferas impresionistas de la partitura, patra lo cual estuvo notablemente secundado por una orquesta titular en creces, aunque como consecuencia de ello el pulso dramático de la obra se desvaneciera en más de una ocasión. A pesar de ello, el concierto entre el foso y la escena fue siempre a la par y estuvo en todo momento compenetrado.
El reparto estuvo integrado por voces mayormente nuevas y de destacable calidad. Una buena muestra de que se pueden hacer cosas con gran dignidad sin derrochar en divismos mediáticos. Especialmente brillante estuvo el tenor debutante Matthew Polenzani, quien vistió un Rodolfo sumamente atractivo y de gran entidad canora. La Mimì de la también debutante Tatiana Monogarova, aunque de timbre un tanto oscuro, logró satisfacer al auditorio con una ajustada y discreta interpretación. Más chispeante fue la actuación de la Musetta de Nathalie Manfrino, de gran autoridad escénica y amplio vuelo musical. Excelentes en lo vocal y sumamente desenvueltos en la escena el arrollador Marcello de Artur Rucinski y el incisivo Schaunardde David Menéndez; completando el reparto de bohemios el esbelto y correcto bajo Paul Gay (Colline).
Muy bien el equipo de secundarios encarnado por José Luis Casanova (Parpignol), Fernando Latorre (Benoît/ Alcindoro) y Ignasi Gomar (Sergent), asà como también el espléndido coro de la casa y los pequeños cantores del Coro Vivaldi. En el programa de mano, cabe destacar el artÃculo de altura firmado por la joven musicóloga Aina Vega.
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