Los amantes de Verona de Bellini regresan al Liceu
Después de los Otellos verdiano y rossiniano, el Liceu ha seguido su periplo de celebraciones shakespeareanas, que culminaran la próxima temporada con Macbeth de Verdi, con un título que llevaba más de tres décadas sin representarse en el escenario de Les Rambles: I Capuleti e I Montecchi de Vicenzo Bellini.
La tragedia lírica del maestro siciliano, inspirada en las mismas fuentes tardomedievales que el célebre drama shakespeareano, aunque no directamente en este último, se centra fundamentalmente en el conflicto político irreconciliable entre dos bandos enfrentados, el de los Capuletos y los Montescos; entre ellos surgirá el trágico amor de los amantes Romeo y Julieta, encarnados aquí por dos tesituras femeninas. El papel de Romeo, en la función inaugural, recayó en la espléndida mezzo norteamericana Joyce DiDonato, quien nos brindó una extraordinaria interpretación del apasionado amante Montecchi, exhibiendo un dominio absoluto del estilo belcantista belliniano. A su lado, la soprano italiana Patrizia Ciofi hizo una inmensa y conmovedora recreación de la desvalida Giulietta, superando airosamente los ejercicios funambulistas a los que se vio sometida por parte de la dirección escénica y luciendo un canto preciosista, ensoñador y deliciosamente modulado.
El tenor siciliano Antonio Siragusa abordó el diabólico papel de Tebaldo con ímpetu y gallardía, superando airoso los inclementes sobreagudos que le exige el rol y esgrimiendo un cometido vocal que fue de menos a más. El Lorenzo de Simón Orfila fue otro de los lujos de la velada, con una actuación de gran solidez canora y dramática; mientras que Marco Spotti (Capellio), por su parte, vistió a un viejo Capuleto de notable autoridad escénica.
El coro del teatro, liderado Conxita García, firmó otra memorable actuación, a la cual se sumó una encomiable interpretación de la Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu (¡sin estridencias en la sección de metales!), bajo las órdenes del competente director de italiano Riccardo Frizza.
Sobre la tétrica y minimalista producción de Vicent Boussard no merece la pena gastar el teclado más que para certificar otra insubstancial y fallida ocurrencia escénica, esta vez con el acento dramático puesto en una pica de baño, unas sillas de montura y unas ambiguas figuraciones sobre los muros al estilo de las caras de Bélmez.
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