Un mayúsculo Berlioz en el Liceu
Precedido de una mediática campaña publicitaria, ha regresado al Liceu, treinta y ocho años después, el primer título operístico de Héctor Berlioz, Benvenuto Cellini, en una espléndida producción firmada por el cineasta Terry Gilliam que resulta un auténtico festival para los sentidos.

Benvenuto Cellini @ A. Bofill
Después de su debut operístico hace cuatro años en la ENO con La damnation de Faust, el mismo escenario londinense encargó a Gilliam el montaje de este monumental título del controvertido compositor galo, en donde podemos apreciar la efervescencia romántica del creador más singular, innovador e incomprendido de la escena francesa decimonónica. La inquietud musical de Berlioz hacia la búsqueda de nuevas sonoridades, entregado a la experimentación de nuevos recursos instrumentales y nuevas líneas vocales, acabó eclosionando en esta ópera volcánica de intenso y original colorismo; un auténtico punto y aparte dentro de la tradición lírica de la primera mitad del siglo XIX. Identificándose con la vida del convulso escultor italiano, Berlioz erige una obra heterodoxa y apasionada, de gran musculatura coral e intensa densidad orquestal, muy exigente también en la vocalidad de los protagonistas, hasta el punto que el mismo tenor encargado debutar el rol de Cellini, el célebre Gilbert Duprez (padre del do de pecho), renunció de su cometido después de la tercera representación aduciendo la excesiva complejidad y erudición musical de la partitura.
Gilliam sabe aprovechar y canalizar escénicamente el caudal torrencial de Berlioz para convertirlo en un espectáculo en mayúsculas, de gran plasticidad visual y efecto dramático, valiéndose de una abundante suerte de recursos magistralmente conjugados. Sobre un fondo que recrea los gravados de una Roma imposible de Piranesi, el director británico da aliento a la palpitante historia del artista maldito, alcohólico y seductor, en cuyo ímpetu creativo se funden lo cómico y lo trágico. Un vestuario que evoca la moda de la sociedad victoriana, el uso de sugerentes proyecciones (como la fundición del segundo acto), la presencia de numerosos figurantes (malabaristas, acróbatas, magos, cabezudos) y las diversas citas plásticas (el goyesco “El sueño de la razón produce monstruos”) y cinematográficas (Roma de Fellini), así como las lluvias de confeti (al inicio) y dorada (al final), configuran un espectáculo integral que desató el entusiasmo y la ovación unánime del auditorio al finalizar la representación.
Contribuyó también a este gran éxito, en buena medida, el espléndido trabajo musical del conjunto de intérpretes. Comenzando por la concienzuda lectura que Josep Pons realizó de la intrincada partitura, subrayando cada uno de los planos sonoros e imprimiendo un dinámico sentido dramático que fue secundado con gran eficacia por la orquesta titular. Al excelente trabajo del foso se sumó el coro del teatro, con una prestación realmente extraordinaria que avala la buena labor de su directora Conxita Garcia. Entre los solistas, cabe destacar el magnífico e incisivo Cellini de John Osborn, debutante en este escenario, quien fue ganando empuje a medida que avanzaba la función. A su lado brillaron la deliciosa Teresa de la también debutante Kathryn Lewek, de cálido timbre y exquisita línea, así como el soberbio Papa Clemente VII de Eric Halfvarson. Irresistible también el Ascanio de la catalana Lidia Vinyes-Curtis, quien substituyó en último momento a la indispuesta mezzo italiana Annalisa Stroppa. A un plano más discreto en lo vocal, aunque con una óptima prestación escénica, quedaron el Balducci de Maurizio Muraro y el Fieramosca del británico Ashley Holland. Cumplieron con nota el resto de coprimarios: Francisco Vas (Francesco), Valeriano Lanchas (Bernardino), Manel Esteve (Pompéo) y Antoni Comas (Hostalero, a quien recortaron su lección de enología del primer acto).
A pesar del malestar interno de los trabajadores, que llegaron a amenazar la función inaugural con una vaga desconvocada en el último momento, y de centenares de abonados que se sienten maltratados por las políticas de la nueva dirección, el Gran Teatre del Liceu logró un nuevo éxito artístico con esta espectacular reposición que hizo justicia a un ilustre compositor demasiado olvidado.
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