Germanismo inflamado con Gustavo Dudamel y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar
El pasado viernes 16 de enero, el Palau de la Música Catalana ofreció el primero de los dos conciertos a cargo de la jovial y radiante Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, liderada por el mediático Gustavo Dudamel. No era la primera vez que recalaban en la capital catalana, pero la expectativa generada se tradujo en un lleno absoluto del histórico auditorio modernista.

Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Cortesía Palau de la Música Catalana
Un largo centenar de jóvenes músicos (muchos no alcanzaban la treintena) abarrotaron el escenario, a los que se sumaron, en la segunda parte, desde la galería del órgano, los miembros de los coros anfitriones, el Orfeó Català i el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. No vamos a insistir aquí en los incontestables logros y méritos del Sistema musical venezolano desarrollado por José Antonio Abreu, simplemente damos fe, una vez más, del electrizante testimonio que su principal orquesta va derrochando por los principales auditorios del planeta.
El repertorio escogido ya invitaba a la épica: la Quinta de Beethoven y una antológica selección de fragmentos wagnerianos. Un envite que fue abordado con desbordada intensidad y bravura por el joven maestro y sus huestes venezolanas, hasta el punto de hacer vibrar casi los fundamentos de la propia sala. Los tres golpes iniciales del célebre tema beethoveniano ya nos anunciaron la arrolladora fuerza dramática de la enérgica formación sinfónica, sustentada en una técnica impoluta, unos vigorosos ataques y una tensión eléctrica que recorre y ensambla las secciones como un todo orgánico de alto voltaje. Habrá quién quizás querrá ver un exceso de efectismo o decibelios en algunos de los pasajes beethovenianos, en especial en los dos movimientos centrales, pero la realidad es que la lectura de los jóvenes intérpretes latinoamericanos nos acerca más, en muchos aspectos, a la desesperada lucha contra la sordera del compositor germano que alumbró esta obra – y a su convulsas páginas del Testamento de Heiligenstadt- que alguna de las relamidas versiones a lo Karajan a las que nos tienen acostumbradas muchas de las orquestas del viejo continente (empezando por las de casa).
Quizás en algún pasaje de la segunda parte se echó de menos una mayor profundidad de planos y matices del denso tejido motívico del anillo wagneriano, no obstante, su interpretación supo mantener en todo momento una palpitación dramática y una brillantez sonora francamente envidiables. Los coros locales, de impecable prestación, se sumaron al festín germánico en los Lohengrin y Tannhäuser. Y los entusiastas aplausos del público acabaron arrancado dos emblemáticas propinas wagnerianas: La Cabalgata de las valquirias y un emotivo Liebestod que coronó el concierto con una excelsa unción expresiva.
Una vez más cabe rendirse ante uno de los proyectos artístico-sociales más exitoso y sorprendente en el ámbito musical internacional de las últimas décadas. Mientras, en nuestra casa, la sensibilidad musical de nuestros ventrílocuos culturales puso los focos (y los dineros) en otro tipo de proyectos espectaculares como, por ejemplo, el engendro de OT, impulsado por entes públicos como RTVE, que tan fulgurantes y gloriosas estrellas mediáticas nos dado, a lo Rosa de España y Bustamantes. Vamos por el buen camino…
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