Doce Notas

Galimatías y medias tintas

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A pesar de sus recientes éxitos, la programación artística del Liceu sigue dando tumbos. Después de inaugurar brillantemente el nuevo año con la estelar Traviata de Nadine Sierra, el pasado febrero cupo lamentar dos proyectos fallidos: una desafortunada ocurrencia escénica con banda fúnebre mozartiana y la enésima ocasión perdida para reconciliar la ciudad con su patrimonio musical.
Un galimatías mozartiano

El equipo de marketing del teatro de Las Ramblas llenó la capital catalana de banderolas publicitando un caprichoso espectáculo sobre el Réquiem mozartiano concebido por el director escénico Romeo Castellucci. Una gran expectación para lo que resultó un desaguisado de estampas escénicas que rayaron lo ridículo, cuando no lo grotesco, en donde los intérpretes del coro de la casa se veían empujados a danzar folklóricas coreografías mientras entonaban los maltrechos pentagramas mozartianos.

Lejos de pretender ilustrar escénicamente una música que se basta por sí misma para expresar lo más profundo del desgarro humano ante lo inevitable del destino, el director italiano se dedica a desmembrar los números de esta misa fúnebre, intercalando otras piezas sacras y desnaturalizándolos con una sucesión de escenas que tendían más a la bufonada que a cualquier intento de ejercicio hermenéutico. Tan solo la penúltima imagen, en la que el escenario se eleva para dejar caer las cenizas -”polvo eres y al polvo volverás» (Génesis 3:19)-, logra alcanzar cierta substanciación poética. Todo lo demás, una absoluta e irrespetuosa tomadura de pelo, discursivamente embalada con la profusa sofística posmoderna tan en boga entre las instituciones de las artes subvencionadas.

En lo musical, un veterano de la interpretación historicista como Giovanni Antonini hizo lo que pudo para evitar el naufragio desde el foso. Cabe subrayar el esfuerzo y la respuesta titánica del coro, con entradas casi siempre ajustadas y buena musculatura canora, a pesar de cantar en reiteradas ocasiones, parte de ellos, de espaldas al público. No obstante, por lo que se refiere a dinámicas, texturas y retórica dramática, su rendimiento se vio totalmente lastrado por el planteamiento escénico. Sin lugar a dudas, la sabiduría del maestro Antonini y el feliz momento de los cuerpos musicales liceístas, nos hubieran regalado una versión de concierto mucho más edificante y, a la postre, mucho más respetuosa para con su creador.

Una discreta recuperación

Lo que estuvo de más en el Réquiem, de menos se echó en la recuperación histórica de La Merope, de Domingo Terradellas. La ocasión hubiera podido ser uno de los hitos operísticos de la temporada, pero se despachó con una versión de concierto, escasamente divulgada y ante un público que llenaba poco más de media sala.

Terradellas, italianizado como Domenico Terradeglias, no sólo fue el mejor compositor español del siglo XVIII, sinó además uno de los operistas que alcanzó un mayor relieve durante la primera mitad del Siglo de la Luces. Aunque su biografía sigue llena de lagunas, tenemos la certeza que se formó en Nápoles y que desarrolló una fulgurante carrera que lo llevó a cosechar notables éxitos en numerosos escenarios italianos, e incluso en Londres, siendo aclamado por ilustres plumas de su tiempo como Jean-Jacques Rousseau o el célebre musicólogo Charles Burney. Aún con ello, los intentos de recuperación de su corpus musical siguen siendo episódicos y muy puntuales. La recuperación del pasado 20 de febrero en el Liceu, a pesar del notable elenco de intérpretes congregados, no pasó de esto: cumplir con el trámite. No obstante,Terradellas no defraudó.

La Merope fue estrenada en Roma con gran éxito el año 1743. Modernamente, había merecido una edición crítica a cargo del compositor catalán Robert Gerard, una audición privada en Barcelona en el año 1955, en la casa del mecenas Josep Bartomeu, y su primera representación en tiempos modernos en el Teatro de la Zarzuela, en enero de 1979. Sus pentagramas destilan la mejor tradición de la escuela barroca napolitana y anticipan soluciones dramáticas, expresivas y concertantes posteriormente desarrolladas por los grandes maestros del Clasicismo.

Una escritura musical virtuosística que en reiteradas ocasiones puso en apuros a la práctica totalidad de los cantantes reunidos en Barcelona, entre los cuales sobresalió la italiana Francesca Pia Vitale. La orquesta, a quien Terradellas otorga un marcado carácter dramático, contó con una dirección y un conjunto de lujo: Francesco Corti y la Akademie Für Alte Musik Berlin.

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