Doce Notas

El romanticismo ruso inaugura la temporada del Liceu

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Cortesía del Liceu

El pasado 27 de septiembre, el coliseo barcelonés quiso envolverse de glamour para inaugurar la temporada 2023-2024. Con una platea y un anfiteatro colmados de personalidades del hábitat cultural y político catalán, el Liceu levantó el telón con una ópera que hacía más de un cuarto de siglo que no se veía en este escenario.

Christof Loy quiso llevar el drama de Pushkin al terreno chejoviano, potenciando la dimensión psicológica de la história con un trabajo incisivo de los personajes. Un trabajo que funcionó sólo a medias, pues la subjetivación del pulso dramático de la obra restó brillo y colorido a muchas de las escenas, perdiendo, en la definición del detalle, la perspectiva del conjunto. La escenografía, reducida a un salón de pequeñas dimensiones, sin apenas atrezzo, ocasionó un atropello de los intérpretes en las diversas escenas corales y en los bailes (más gestuales que coreográficos), desluciendo su fluidez y desvirtuando el espíritu de la música chaikovskiana. A lo cual, poco ayudó la plana y superficial iluminación de Olaf Winter, ni el vestuario (Herbert Murauer), en blanco y negro. No obstante, el trabajo actoral de los intérpretes, en especial los protagonistas, cabe subrayar que fue excepcional.

Entre estos últimos, destacó el vigoroso Onegin de Audun Iversen, de sólida proyección vocal y ambición dramática. Alexey Neklyudov fue un Vladimir Lenski de líricos acentos, algo menguado en el primer acto pero de nobles arrestos; su aria famosa que precede el duelo fue interpretada con envidiable maestría. La Tatiana de Svetlana Aksenova cantó con gusto y se volcó en la interpretación escénica, aunque en lo musical le faltara mayor envergadura en los momentos culminantes de sus intervenciones. Muy notable la Olga de Victoria Karkacheva, así como los sólidos y profundos Zaretsky y Príncipe Gremin, encarnados por Sam Carl. Elena Zilio cantó con maestría aunque acusando un contrastado cambio de color en los registros, mientras que Mikeldi Atxalandabaso bordó el papel de Monsieur Triquet. Muy bien también la Larina de Liliana Nikiteanu y el episódico Capitán de Josep Ramon Olivé.

Josep Pons dirigió la orquesta titular del teatro con una intensidad y vigor crecientes. El director catalán se aplicó en recrear el colorido subyugante de la música del maestro ruso, logrando momentos de gran brillo en las escenas corales y de gran sutileza dramática en la escena del duelo. Si bien en el primer acto pareció costarle dominar el pulso dramático de la partitura, su resultado final fue francamente memorable. Un éxito musical al que contribuyeron con gran mérito y empeño los profesores del coro y de la orquesta de la casa.

Como era de esperar, el público no melómano que asistió a la première tuvo la cortesía de aplaudir discretamente hasta el encendido de luces de la sala, incluso a los responsables de esta ineficiente puesta en escena.

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