
© A. Bofill
Basada en El trovador (1836) de Antonio García Gutiérrez, la acción de la obra se ambienta en la España del siglo XV, durante la guerra civil (1413) que enfrentó los pretendientes a la corona aragonesa después de la muerte del rey Martín el Humano. Como buen drama de su época, la acción contiene todos los elementos que causaban furor en aquellos años de inflamado espíritu romántico: ambientación medieval, conflictos pasionales, escenarios bélicos, triángulos amorosos, duelos, elementos sobrenaturales o malditos (brujas), paisajes devastados, claustros y monumentos religiosos, personajes arrastrados al límite de sus pasiones, transgresión del orden establecido, final trágico… Unos recursos que Verdi, ya en sus años de madurez como compositor, supo explotar musicalmente en esta mítica partitura de 1853.
Ollé convierte el escenario de Les Rambles en un campo de combate para ambientar su puesta en escena, valiéndose de una escenografía (Alfons Flores) compuesta por unos módulos ambivalentes que se van desplazando verticalmente para dar lugar a las distintas escenas de la obra. Un montaje de tintes sombríos y contextualización contemporánea, eficazmente iluminado por Urs Schönebaum. Si bien esta actualización de la ambientación a los campos de batalla del siglo XX no aporta nada substancioso al original verdiano, el desarrollo de su acción dramática no se ve esencialmente distorsionado (salvo leves incongruencias en los diálogos). Una lástima que para dramatizar inquietudes del presente, en lugar de la nueva creación, debamos recurrir siempre a la descontextualización de las obras del pasado. No obstante, en su favor, cabe destacar el buen trabajo en la dirección de actores de esta producción, tanto en los roles protagonistas como en las masas corales.
En el aspecto musical, el maestro Riccardo Frizza, fiel heredero de la mejor tradición romántica italiana, dirigió con aplomo, justeza de tiempos e intensidad expresiva el conjunto de efectivos reunidos para la ocasión. Vittorio Grigolo fue el encargado de defender el rol titular, labor que desempeñó con ajustado fraseo, holgura de medios y cierto deje al efectismo dramático; el suyo fue un memorable Manrico. Le acompañó con una interpretación de altura la Leonora de Saioa Hernández, quien fue ganando enteros a medida que avanzó la representación. Juan Jesús Rodríguez fue un Conde de Luna de noble estilo y autoridad escénica, si bien puntualmente faltado de una proyección más rotunda. Mayúscula fue la actuación de la Azucena de Ksenia Dudnikova, poseedora de un poderoso instrumento, quien, en la función del pasado 30 de octubre, consiguió arrebatar al público con una interpretación de hondo calado dramático. Muy eficaz y ajustado el Ferrando de Gianluca Buratto, así como también los coprimarios a cargo de María Zapata (Inés), Antoni Lliteres (Ruiz), Dimitar Darlev (viejo zíngaro), Nauzet Valerón (mensajero). La espléndida actuación de los cuerpos estables de la casa (coros y orquesta) redondearon una feliz producción.
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