
Emmanuel Pahud con Yaron Traub. Cortesía Palau de la Música
Nacido en Ginebra y formado en París, es primera flauta en Berliner Philharmoniker y cuenta con una dilatada carrera como solista internacional. Viene siendo asiduo en las programaciones del auditorio valenciano, asegurándose con él un lleno hasta la bandera, y cómo no, no podía faltar en el 70 aniversario de la Orquesta de Valencia, que capitaneada por su incombustible director, Yaron Traub, prepararon un intenso concierto inspirado en repertorio soviético.
Para la primera parte se eligió el Concierto para violín y orquesta del compositor armenio Aram Khachaturian, en transcripción para flauta. La versión para flauta del concierto para violín data de 1968 (el original es de 1940) y se debe al célebre flautista francés Jean-Pierre Rampal animado por el propio Khachaturian. En la segunda parte se escuchó la Sinfonía nº 6 en si menor, «Patética», la más popular de las sinfonías del ruso Piotr Ilych Chaikovski.
Sin duda alguna el reclamo de la noche fue el solista invitado, considerado hoy en día como uno de los mejores flautistas del panorama musical. En el concierto se dieron cita numerosos profesionales, profesores y estudiantes, ansiosos todos ellos por escuchar a uno de los más importantes blasones de la flauta travesera interpretando uno de los conciertos de mayor envergadura que se ha escrito para este instrumento.
El primer movimiento, Allegro con fermezza, destacó por su energía, Pahud sorprendió por el timbre impreso en el registro grave en el que empieza la obra, semejándose a una lucha de titanes entre el solista y la orquesta en pleno. El público pudo apreciar las dotes de este flautista, que hizo alarde de delicados pianísimos súbitos e imprimió de musicalidad los rápidos y a la vez nítidos pasajes de notas. La cadencia, brillante, se convirtió en una exhibición de los tres registros de la flauta, que sonaron por igual, demostrando un gran control. En definitiva, un primer tiempo caracterizado por la agresividad que le supo infundir al primer tema y la dulzura con la que abordó el segundo, triste y lírico.
En cuanto al segundo movimiento, Andante sostenuto, empezó con un solo de fagot deliciosamente interpretado por Salvador Sanchís, a modo de recitativo. Pahud destacó por su sensibilidad en esta especie de vals lento y de carácter marcadamente melancólico, y a excepción de un momento de dudosa afinación, estuvo en todo momento muy bien acompañado por la orquesta y su director, en total sintonía. En todo momento se pudo sentir un entorno mágico a través del sonido puro y cálido que el suizo emitía de su flauta.
El tercer y último movimiento, Allegro Vivace, causó una gran impresión por la rapidez con la que se interpretó, colorista y alegre, marcando un acusado contraste con el precedente. Pahud se mostró en su faceta más virtuosística, resolviendo con soltura los pasajes más difíciles. Con un carácter jocoso, pero sin perder la garra que la pieza exigía, dotó de potencia y brillantez la partitura de Khachaturian, cerrando la obra de manera espectacular. Quizás alguien le podría tildar de impetuoso o vehemente en su forma de tocar, en ocasiones desbordante, pero fue sin duda una demostración de maestría, una actuación soberbia.
Como bis, el concertista nos regaló una pieza poco conocida, Jade, la segunda de las 3 Piezas para flauta sola de Pièrre-Octave Ferroud. De carácter oriental, inspirada en melodías populares chinas y sus intervalos característicos. Una delicia envuelta en una sonoridad tenue acorde al reposo buscado por el suizo después del gran concierto.
La segunda parte se abrió con el Adagio-Allegro non tropo de la Sinfonía, cuya introducción estuvo marcada por el célebre tema sombrío que muy en su papel expuso el fagot, imprimiendo así el carácter que acompañó toda la obra. El Allegro, marcando un cambio de ritmo, no desistió en el carácter y el segundo tema, en modo mayor, conquistó al público de la capital del Turia por su belleza melódica y el sentimiento con el que se interpretó. El Allegro con grazia que sigue al primer movimiento, fue magistralmente dirigido por el maestro Traub, que consiguió vislumbrar un remanso de paz y esperanza dentro de una obra tan marcadamente trágica. No se consiguió evitar el aplauso, que aún así fue leve, al finalizar el tercer movimiento Allegro molto vivace, donde la orquesta se entregó al ritmo cuasi obsesivo que Chaikovski escribió en esta especie de marcha rápida pero pesimista y que acaba en fortissimo. Finalmente, el Adagio lamentoso se inició con el tema elegíaco en los violines y la orquesta fue muriendo poco a poco de manera natural hasta conseguir un pianissimo exquisito, interrumpido por una parte del público que no esperó a que se agotara el último aliento de los músicos.
Al acabar el concierto, y como ya hicieran en anteriores ocasiones, el director Yaron Traub y el solista Emmanuel Pahud salieron al escenario en una charla-coloquio en la que participó buena parte del público que quiso quedarse, llenando la platea del Palau.