Una vez sentadas estas bases, Agawu estructura el que es su último libro en dos secciones bien diferenciadas. La primera de ellas, “Teoría”, se compone de cinco capítulos en los que expone su visión semiótica de la música. Su objetivo es brindar un marco teórico-práctico a la formulación de una “descripción del contenido material de la música y de sus modos de organización que capte su esencia como un arte de sonidos dentro de contextos históricos y estilísticos circunscriptos”. Para ello, propone orientar el análisis hacia diversos elementos: 1.- los tópicos, 2.- los comienzos, secciones centrales y finales, 3.- los puntos culminantes, 4.- la periodicidad (y, dentro de ella, la discontinuidad y los parénteis), 5.- los modos de enunciado (habla, canción y danza), 6.- la narración, 7.- la tendencia tonal y 8.- el contrapunto estricto y la composición libre. La explicación –como siempre teórica y analítica– de cada uno de estos elementos tiene como finalidad el planteamiento de un análisis paradigmático que toma como modelo a Nattiez pero que, al contrario que el de éste, da cabida a la intuición del analista, a lo que verdaderamente se oye y no sólo a lo que está anotado sobre el papel. Las tablas de Agawu interpretan las “unidades” constitutivas del discurso según sus implicaciones estructurales, las relaciones que establecen entre ellas, y los contextos armónicos en los que se encuentran, enriqueciendo hermenéuticamente la visión “melódica” y “racional” de su precursor.
Este modelo analítico es puesto en práctica en la segunda sección del volumen, “Análisis”. En ella, Agawu toma como estudios de caso obras de Liszt, Brahms, Mahler, Beethoven y Stravinsky (a pesar de la inesperada inclusión de este último dado el subtítulo del libro: ¿un descuido del autor?). La elección de este grupo de compositores podría resultar sorprendente a quienes hayan leído el anterior trabajo de Agawu en esta línea: Playing with Signs: A Semiotic Interpretation of Classic Music (Princeton University Press, 1991), donde defendía la validez de la noción de “tópico” para la música del siglo XVIII. Sin embargo, más de diez años después amplía el abanico (de 27 a 61 tópicos) y el alcance temporal, abogando así por su “pervivencia histórica”. Finalmente, la seriedad del trabajo de Agawu se refleja incluso en la bibliografía citada al término del volumen: diecisiete páginas llenas de referencias útiles para todo aquel interesado en el estudio de la música, y no sólo desde el ángulo de la semiótica.