¿Cómo es todo este proceso o suma de microprocesos?, pues bastante complejo, incremental. Alguien lanza una propuesta y otros se suman, la enriquecen. A veces, sucede en el blues y el jazz, se comparte un lenguaje común y los músicos se lanzan a “hablar” en ese lenguaje sobre un “tema”, si, como en una tertulia o un debate.
¿Quién y cómo se elije un tema, un estilo, un repertorio? A veces hay líderes, otras veces hay solo una idea o una ocurrencia… un mero “riff” –una pequeña escala de notas– que ayuda a desentrañar un ovillo musical mediante la improvisación. Un proceso complejo, que suma pequeñas intenciones para llegar a grandes resultados, por ejemplo, las big-bands de Duke Ellington o las extensas formaciones eléctricas de Miles Davis en los 70.
Poco se ha escrito de todo este sumatorio de microdecisiones en la música (algo se ha hecho en el rock, en la improvisación) pero las bios eluden dar datos del cómo se hacen las cosas. Muchas veces nos preguntamos cómo Hendrix consiguió esa maestría con la guitarra eléctrica y sus sonidos, la prensa siempre ha incidido en los aspectos “escabrosos” de su vida, pero pocas veces se cuenta que cuando estaba ya despejado encendía el revox, cogía la guitarra y practicaba y grababa durante horas y horas. Lees sobre Coltrane y la secuencia diaria es parecida: escalas, temas, pruebas, búsqueda, eso le permitía improvisar una hora sobre una melodía tan sencilla como My favorite things… sabemos que los Beatles no ensayaba y luego grababan… simplemente acudían al estudio a ensayar y se grababa todo, un proceso impensable en estos momentos. Así se componían canciones, discos, se trabajaba sobre un repertorio, se alteraban las sonoridades iniciales…un suma y sigue diario. Un documento ejemplar es la película de Jean Luc Goddard sobre la grabación de “Simpathy for the Devil” de Rolling Stones.
En el jazz el proceso es similar, quizá “simplificado” por el hecho de la existencia de miles de temas –standards, canciones de musicales, de cine– que sirven de base a los miles de combos de jazz que cada día actúan en miles de salas: desde los pequeños bares del Bronx en New York a los salones de los hoteles de todo el mundo que tienen como fondo musical un trío o cuarteto de hace más agradable la estancia en esos lugares tan inhóspitos, en general. En alguna de estas salas, en el extremo contrario, se encontrarán por primera vez unos músicos y sin red, saltarán al vacío individual o colectivo de la improvisación más libre, sin ataduras de estilos ni sonidos.
Un libro con un enfoque distinto, original y que se adentra en procesos comunes a todos los intérpretes musicales o no y a los creadores en general.
Parte de la psicología del conocimiento individual, entra en la psicología social del hecho musical –promotores, crítica, público– para pasar de lleno al plano social y económico de la música de jazz.
Muy recomendable, lectura rápida, con cientos de ejemplos muy ilustrativos.