Doce Notas

¿Lección magistral? ¿Libelo? (Sin fantasía)

“La mentira es la única verdad/que hay en la boca del necio”

A nadie que conozca y haya tratado al personaje le puede sorprender que su fantasiosa “lección magistral” le haya servido de pretexto para lanzar, a tontas y a locas, coces de mulas viejas y resabiadas a todos aquellos que, en aras de su inexcusable responsabilidad, intentaron, en su día, poner coto a sus desmanes. El hecho es tanto más sorprendente cuanto que el individuo en cuestión ha convertido un acto académico, público y solemne, en su particular vendetta y al margen del más elemental sentido del decoro.

El día de Santa Cecilia, que debería servir para honrar a la patrona de los músicos y renovar y reavivar entre ellos la fraternidad y la solidaridad, lo convirtió él, no podía ser de otra manera, en un desvergonzado acto de crítica falaz y cáustica. Pero como el ansia de protagonismo del Sr. Torres Mulas no tiene límites, para resaltar dicho acto era necesario poner en su actuación, como en tantas otras ocasiones, la nota altisonante que centrara la solemnidad del acontecimiento en su sola y deslumbrante presencia. Y ello es normal tratándose de un personaje tan pagado de sí mismo que, ante él, faro luminoso de sabiduría, elevado por su desmedida fantasía a las más altas cumbres del Olimpo, palidecen todos los mortales. Ni siquiera hizo falta nombrar a la persona destinataria de su diatriba. Todos sabían quién había sido el “patrón” del Conservatorio durante los últimos veintidós años.

En los primeros párrafos de su fantasiosa “lección magistral” él mismo se presenta como el profesor “cuasi” ideal: responsable, riguroso, brillante y émulo, por lo que parece, del método socrático. A la vista de tantos y tan notables atributos docentes, de tanto trabajo y sacrificios (cuarenta y siete años sin descanso), cabe preguntarse si, a raíz de su jubilación y como premio a su insuperable labor, no debería proponerle el Conservatorio como ejemplo de las más altas y brillantes virtudes académicas. Pero, lamentablemente, su paso o
paseo (no triunfal) por la Cátedra de Musicología del Conservatorio, dejó, en opinión de sus propios compañeros de departamento y de muchos de sus alumnos, la impronta de su despótica conducta y de su parca competencia para el ejercicio de una labor docente de altos vuelos que requiere algo más que jactancia y vana palabrería. Su jubilación, recibida con general indiferencia, lejos de constituir una pérdida irreparable para el Conservatorio, ha supuesto una auténtica liberación para los que, durante muchos años, tuvieron que soportar sus continuas veleidades.

Nada de lo que se dice en esta fantasiosa “lección magistral” nos puede sorprender, pues casi todos los que le han tratado han podido descubrir sus altas e innegables cualidades para la simulación y el embeleco que, unidos a la teatralidad y banalidad de su discurso, reflejan con precisión el retrato de una rara y pintoresca personalidad. Pedirle al sujeto en cuestión la más elemental urbanidad y, no digamos, la imprescindible elegancia o el refinamiento propios de una persona culta y distinguida, es tanto como pedirle peras al olmo o manzanas al olivo. Es un provocador nato que ni mide ni le importan las consecuencias de lo que dice, demostrando con ello un superlativo grado de irresponsabilidad fruto de su ligereza y vacuidad. Lanza sus envenenados dardos sin importarle la verdad o la falsedad de los hechos, con la única y deliberada intención de obtener el aplauso fácil y satisfacer su ilimitada vanidad. Maneja con innegable habilidad, a su capricho y para sus propios fines, el hilo de las escasas marionetas que –deslumbradas por el aparente centelleo de su palabra, a la que acompaña con exagerados gestos– todavía le siguen.

A la vista de lo que dice en su fantasiosa “lección magistral”, canto de alabanza a su inigualable magisterio, cabe suponer que este personaje tenía en sus manos poderes taumatúrgicos, que su compañeros ignorábamos y que nunca los pudo utilizar para remediar los muchos y “muy graves males” del Conservatorio. Mientras tanto, los humildes y míseros vasallos de tan arrogante y singular merino, lejos de solucionar con nuestro esfuerzo los problemas del Centro, habíamos ido labrando “nuestra propia ruina, concienzudamente, durante lustros”. Esas han sido, para el Sr. Torres Mulas, las consecuencias de una “dirección embarcada en un ensimismamiento suicida con la actitud del
que desprecia cuanto ignora y su tosca hostilidad hacia la inteligencia”.

Mientras los demás estábamos en “el limbo”, ¿estaba él instalado en la dura realidad del momento y en la vanguardia de los aguerridos luchadores a la espera de poder indicarnos el camino seguro de la gloria y de conducirnos al triunfo final al que sólo él con su superior criterio hubiera podido llevarnos?

¡Qué gran timonel perdió el Conservatorio! Pero que nosotros sepamos, el Sr. Torres Mulas no movió nunca un dedo en favor de la “noble causa”. Ni siquiera para adecentar nuestra “tosca inteligencia” tan necesitada de una urgente y eficaz intervención profiláctica.

¿Colaboró el Sr. Torres Mulas en algunos de los muchos proyectos que el Conservatorio elaboró tendentes a solucionar los “graves y urgentes problemas” que él, con tanta ligereza como desconocimiento, denuncia? Algunos asuntos de poca monta que le fueron encomendados, sufrieron, ya antes de comenzar, un súbito abandono debido a la inconstancia y lasitud del Sr. Torres Mulas. En cambio, algunos profesores y profesoras del Conservatorio, que en aquella época disentían de la línea programática de la Dirección del Centro y tuvieron la nobleza de manifestarlo públicamente, sí colaboraron de manera generosa y eficaz. Fue entonces cuando pudimos comprobar que el Sr. Torres Mulas era tan diligente a la hora de predicar como remiso y cicatero a la hora de dar trigo.

Poner en tela de juicio la legitimidad de una dirección democráticamente elegida es el colmo del caradurismo. ¿Por qué no denunció en su día tamaño desafuero? ¿Mostró una actitud combativa ante tan manifiesta ilegalidad? ¿O le faltaron arrestos para ello y adoptó más bien una actitud conformista propia de indecisos y timoratos? Que pretenda dar ejemplo de fortaleza y vigor un personaje que nunca dio ejemplo de nada, es el colmo del cinismo. A la vista de sus fantásticas opiniones, habrá que convenir que el Sr. Torres Mulas sí padece un permanente estado de subnormalidad y no la Dirección actual (¿también embarcada?) que, con los limitados poderes que le permite la normativa vigente, afronta los nuevos retos de unas enseñanzas superiores muy complejas y de difícil encuadre en la Universidad.

Un insignificante dato histórico: Allá por los años ochenta, la Ley 14/1970 de 4 de agosto, General de Educación de Villar Palasí, estaba aún vigente. Su Disposición Transitoria segunda, apartado 4, decía textualmente: “Las Escuelas Superiores de Bellas Artes, los Conservatorios de Música y las Escuelas de Arte Dramático se incorporarán a la educación universitaria en sus tres ciclos en la forma y con los requisitos que reglamentariamente se establezcan”. Pues bien, la dirección del Conservatorio de Madrid (la misma dirección
“ensimismada y suicida, que desprecia cuanto ignora y de tosca hostilidad hacia la inteligencia…”, según el Sr. Torres Mulas, que rigió los destinos del Centro entre los años 1988-2007) lideró un “vigoroso” movimiento reivindicativo para que los centros de Artísticas que no lo hubieran hecho se acogieran a la citada ley. Sólo el conservatorio de Sevilla secundó tan justa petición. La misma dirección (“embarcada en un ensimismamiento suicida, etc., etc.…”) volvió a plantear el tema en el año 1988, pero cometió un grave error: en lugar de plantearlo en la tierra donde viven los sufridos mortales como D. Jacinto, lo hicimos en el “limbo” donde moran los bobos y ensimismados. Y así nos salió.

Para el Sr. Torres Mulas, en su deliberada intención de no dejar títere con cabeza, el “profesorado del conservatorio, excepto casos tan meritorios como excepcionales (¡Vaya!, alguien se salva), “ha venido actuando entre el pasotismo, el disimulo, el oportunismo y la complicidad”, y “en su conjunto, se ha caracterizado por su pasividad y mansedumbre, algo que sólo podría disculparse en parte por su condición de rehenes de una situación profesional que muchos ven como dependiente del capricho o la arbitrariedad de su patrono”. ¿Adoptó acaso D. Jacinto una actitud más bizarra que el resto de los profesores o también se sometió mansamente al capricho y a la arbitrariedad de su patrono? Y sigue diciendo: “un alumnado distraído que, salvo puntuales excepciones, calla y está como ausente”. Ya se ve que el Sr. Torres Mulas ha leído y asimilado el poema nº 15 de los “20 Poemas de amor y una canción desesperada”, de Pablo Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”.

Pero de pasotismo, de simulación, de oportunismo, de complicidad y de notables ausencias que no de puras esencias sabe el Sr. Torres Mulas mucho más que todos los profesores y alumnos del Conservatorio juntos, pues con tal asiduidad ha practicado tan señalados vicios que, en su ejecución, ha llegado a ser un maestro consumado. No estarían tan distraídos los alumnos cuando en repetidas ocasiones denunciaron a la Dirección del Centro (“embarcada en un ensimismamiento, etc., etc.) el trato desconsiderado del Sr. Torres Mulas, por el que éste fue varias veces amonestado. Por temor a las consecuencias (el profesor tiene en sus manos la facultad de aprobar o suspender a sus alumnos cuyos recursos muy pocas veces prosperan…”), los alumnos se negaron a firmar un escrito de denuncia que permitiera a la Dirección actuar en consecuencia. En su fantasiosa “lección magistral”, el Sr. Torres Mulas muestra un miserable desdén hacia el profesorado y el alumnado del Conservatorio que, en su mayoría, superan con creces las cualidades humanas, artísticas y profesionales de las que él presume.

Afanado en sus “intrigas palaciegas” se ve que el Sr. Torres Mulas no ha tenido tiempo de examinar los cientos (miles) de documentos archivados en la secretaría de dirección y en la secretaría de alumnos. Allí encontrará los informes que día tras día se enviaban a los distintos departamentos de las Administraciones Educativas exponiendo, con respeto, con firmeza, sin un ápice de servilismo y razonadamente, las necesidades del Conservatorio. ¿Por qué en lugar de tanta vana palabrería, sin más sustento documental que su
ardiente fantasía, su arbitrariedad o su capricho, no dedica su tiempo a investigar en los citados archivos?

Vamos a las realizaciones. Sólo algunas para no abrumar al Sr. Torres Mulas. Hablemos, por ejemplo, de la biblioteca ¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas cuántas decenas de libros se adquirieron durante esa “oprobiosa” época? ¿Cuántas revistas especializadas se suscribieron y cuántas personas cualificadas fueron contratadas desde el año 1988 hasta el año 2007? ¡Vaya si lo sabe! ¿Y es todo esto prueba de la “tosca hostilidad hacia la inteligencia”, de la incultura de la dirección del centro o del desprecio a “cuanto se ignora”?
Estoy seguro de que los miles de documentos que el Sr. Torres Mulas se vería obligado a leer no le dejarían tiempo para sus continuos desvaríos. ¿Ha visitado el Sr. Torres Mulas, por casualidad el museo por el que tantas generaciones de profesores y alumnos del Conservatorio suspiraron, y que en esa época “de miseria intelectual y moral”, tan denostada por el Sr. Torres, se hizo realidad?

Bien se ve que el Sr. Torres Mulas habla de memoria y con el único, malévolo y premeditado propósito de desprestigiar a las personas que, en contra de su interesada opinión, han mantenido vivo y han incrementado el valiosísimo patrimonio que le legaron sus mayores. La verdad de los hechos es difícilmente manipulable, Sr. Torres, y el que lo intente, muchos como Vd. lo han intentado, está irremediablemente condenado al fracaso. “Miseria intelectual y moral” es, sin duda, la que Sr. Torres Mulas padece, pues instalado en la falsedad y en la insidia, y haciendo gala de una calculada parcialidad, nos muestra, aunque no lo quiera, su verdadera y miserable faz.

¡Apañados estamos si de una persona tan abúlica como el Sr. Torres Mulas esperamos ese esfuerzo, esa valentía, ese vigor y ese rasgo de solidaridad y de unión que con tanto énfasis predica! A la primera de cambio, lo sabemos por experiencia, él sería el primero en desertar.

¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas a quién debe el Conservatorio su actual sede, en cuya remodelación se invirtieron unos cuantos millones de pesetas y el precio que tuvo de pagar por ello la dirección (“embarcada en un ensimismamiento…”)? ¿Sabe a quién deben nuestros graduados superiores la equivalencia a todos los efectos de nuestros títulos a los de licenciado universitario? ¿Sabe quién lideró la lucha para impedir que la Universidad nos arrebatara la especialidad de Musicología, con lo cual una de las especialidades que mejor define el rango superior de un centro hubiera desaparecido del cuadro general de las enseñanzas del Conservatorio? Pregúnteselo al actual Vicepresidente del Gobierno y Ministro del interior Sr. Rubalcaba, entonces Secretario de Estado de Educación.

Lamentablemente, tras la marcha del P. Samuel Rubio y de D. Antonio Gallego, la Cátedra de Musicología perdió el prestigio de antaño, hasta el punto de que muchos de los alumnos del Conservatorio, a la vista de lo que allí se cocía, optaron por continuar sus estudios en la Universidad. Esperemos que con la marcha del Sr. Torres Mulas ese prestigio perdido pueda ser recuperado.

Es inútil el empeño de D. Jacinto Torres Mulas por trivializar y descalificar, con tan mal estilo como ignorancia, la acción directiva de los últimos veintidós años del Conservatorio. Todo está, como digo, bien documentado y todavía quedan personas que fueron protagonista de los hechos. Y que estarían dispuestas a testificar. En cualquier caso, alguien vendrá que, con la objetividad y el rigor de los que, por lo que se ve, el Sr. Torres Mulas carece (grave deficiencia en un investigador que de tal se precie), estudiará los hechos con la necesaria perspectiva y los sacará a la luz. Habrá, sin duda, más de una sorpresa pues queda todavía mucha tinta en el tintero y mucha tela por cortar.

Conclusión: Tengo la sana y deliberada intención de escribir algún día un artículo (alguien lo publicará) cuyo título podría ser: “El Prof. Dr. D. Jacinto Torres Mulas, el Conservatorio de Madrid y la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero (Sinfonía inacabada)”. Será, a modo de fantasía, un curioso, ameno y divertido artículo de enredos. Seguro que este título le traerá a D. Jacinto gratos y muy lejanos recuerdos.

MIGUEL DEL BARCO GALLEGO, Ex Director del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Majadahonda, 2010

Ver también Penúltimas voluntades (Quasi una fantasía)

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