Estas grabaciones forman un paisaje sonoro, funcionando a modo de “orquestación”. Incluye tanto sonidos ambiente de la ciudad como hablas procedentes de los países cuya población inmigrante está más presente en nuestras ciudades.
Además, Fátima Miranda fusiona las grabaciones madrileñas con voces bereberes, con microtonos propios de la raga india, con tharires iraníes, voces nasalizadas chinas, timbres balcánicos o gritos del almohedines, dando un toque intercultural a su composición.
Es un homenaje poético a Madrid que se completa con un vídeo realizado específicamente para esta pieza, grabado principalmente en el Barrio madrileño de Lavapiés.