Doce Notas

En la muerte de Leopoldo Hontañón

Cuatro líneas en un correo electrónico de un amigo, preñado de emoción, y una noticia no por esperable, menos triste: Leopoldo Hontañón nos ha dejado. Tristeza aún más señalada al saber la noticia tres días después a causa de un viaje y no haber podido acompañar al amigo y a sus próximos.

Leopoldo Hontañón ha sido uno de los últimos críticos musicales puros que nos quedaban. Su permanente situación de “secundario de lujo” (si se me permite el símil con otro grande recientemente desaparecido, el actor Manuel Alexandre) lo había convertido con el paso de los años en una figura aún más apreciada. En efecto, fue durante muchas décadas el segundo crítico de ABC a la sombra de Antonio Fernández Cid. Ahora, que no hay “segundos” y que los “primeros” son apenas islotes de resistencia en una situación de la crítica y la comunicación musical del sector clásico verdaderamente numantina, se podrá apreciar el lujo de que una figura como la de Leopoldo Hontañón estuviera siempre ahí, pendiente de que nada se quedara sin su justo comentario, sin su pertinente valoración, sin un visado de que el acto musical no se perdiera al acabar el aplauso.

Leopoldo Hontañón fue, además, un valiente defensor de la creación contemporánea. Sus visitas al Festival de Música de Alicante sólo cedieron cuando le pudo la salud, allí recibió un justo homenaje en el crepúsculo del siglo pasado. Todo ello hacía que, para los que veníamos del sector contemporáneo, su figura nunca fuera la de segundo de nadie. Se añadía a ello su cordialidad y humanidad y esos detalles de hombre corriente que lo convertían en persona entrañable. Por ejemplo, su pasión por el fútbol (había sido futbolista en no sé qué grado, y a ello achacaba sus problemas de rodilla que le proporcionaban un andar característico, el de Leopoldo).

Así, no era raro, al contrario, que viniera a los conciertos de miércoles, siempre tan mal día por la coincidencia del dichoso fútbol, y al acabar saliera pitando al bar más cercano del Auditorio Nacional y ver lo que quedase de partido; y allí terminábamos encontrándolo cuando íbamos a beber la tradicional cerveza. No se perdía un partido, pero tampoco un concierto, lo que probaba que tampoco era tan incompatible.

La desaparición de Leopoldo Hontañón es una constatación más de que el mundo ya no es el mismo. Nuestro mundo, claro. La vieja raza de los críticos de música cierra un capítulo más y nos deja con la evidencia de que el entorno es hostil como nunca lo había sido hasta donde alcanza mi memoria, la vivida y la estudiada. Si la idea de que el organismo humano programa su ciclo vital en función de su voluntad de ser lo que siempre ha querido y defendido, no puedo quitarme de la cabeza que la desaparición de Leopoldo es un acto de resistencia, de protesta y de rechazo ante una situación que lo convertía en irrelevante, tanto como a los demás, los que amamos la música clásica (en cualquiera de sus ámbitos temporales). Nos quedan los buenos deseos de que la música siga sonando “más allá de las estrellas” y Leopoldo haya comenzado a darse un atracón de lo que siempre defendió y alentó. ¡Hasta siempre, Leopoldo!

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