Doce Notas

La vuelta al ruedo

Carmen de Bizet, Dirección Calixto Bieito. Cortesía Teatro del Liceu

La temporada 2010-2011 se abre en flor, pero hay un runrún que molesta, algo se mueve en los sótanos de un país que amenaza ataques de ansiedad. Las actividades musicales clásicas siguen mostrando una salud bastante buena. El proceso de institucionalización de las últimas décadas les ha proporcionado una notable estabilidad. Vemos cómo las orquestas españolas comienzan a cumplir años que indican una trayectoria muy seria, con un pasado que sirve de colchón a futuras reflexiones sobre el camino a seguir.

Pero mirar los problemas de frente nunca hace mal, al contrario, y hay síntomas preocupantes. Para empezar, las instituciones públicas comienzan a perder pulso; y lo peor es que la tendencia parece crecer: un partido político con posibilidades de gobernar señala el camino a una reducción del gasto público y el otro lo hace sin decirlo. Y lo malo es que las reducciones del gasto público pocas veces son simétricas y equilibradas, hay una miserable tendencia a que se salve el más fuerte, y ejemplos ya los tenemos a la vista en instituciones pequeñas.

Con todo, lo más grave es que el único antídoto se encuentra en una buena mentalización social que valore adecuadamente la pérdida y ejerza influencia en los disparates que algún aventurero de la gestión político-cultural siempre está tentado de hacer. Y precisamente la gravedad se encuentra en que nuestro país (y no es el único pero quizá sí de los más frágiles en el ámbito europeo) está ninguneando al sector de la música clásica en los medios de difusión con una intensidad y perversión desconocida. Casi no quedan secciones de crítica e información de estas actividades en los periódicos, ni siquiera en las secciones «culturales».

En su lugar, cultura es ya sinónimo de un pop generalizado; y si la sección se considera de «alta cultura», se habla de pop de gente mayor, sexagenarios que hicieron las delicias de los guateques a los que asistían los ahora directivos de la nueva prensa. Ni siquiera la coexistencia de lo que hasta hace poco se llamaba «músicas» es posible, clásico es sinónimo de indeseable.

Y como la relación entre medios de comunicación y gestores políticos es muy fluida, el sector de la música clásica se está convirtiendo en algo así como el abuelo cebolleta, da igual que hablemos de músicas históricas, clásicas o contemporáneas. Hasta hace poco, una actuación de un grupo pop en una sala de 300 personas era más noticia que las actividades semanales de la Orquesta Nacional (por ejemplo) con más de 6.000 asistentes potenciales por semana; ahora es ya la única noticia.

Y, sin embargo… un vistazo a esta revista muestra otro país: miles de personas, entre artistas y público, han dado cuerpo a una realidad tan espectacular como muda de cara a la opinión. Y ahí es donde la crisis puede hacer mucho daño. De este modo, un simple instrumento informativo (como este ejemplar), ahora es ya un manifiesto, un grito y una llamada a la resistencia. Somos muchos, tenemos más sensibilidad y representamos los mejores esfuerzos del país. Entonces, ¿por qué nos tratan así?, ¿por qué nos dejamos?.

Salir de la versión móvil