Doce Notas

El ruido y el siglo XX

Páginas y páginas de prensa, advertencias de un éxito editorial en EEUU digno de un “best seller”, elogios de comentaristas de todo tipo (que, por lo visto, por primera vez entienden algo) y, con todo ello, citas y resúmenes que nos hablan de un libro que “explica de una vez por todas” lo que ha sido el tormentoso siglo en música, así como las razones de que el arte de los sonidos no haya estado a la altura de la penetración que sí han tenido otras artes no por ello menos vanguardistas o de fácil discurso.

Se une a ello una acción editorial muy rápida por parte de la casa española, la histórica Seix Barral. con tres ediciones desde su aparición en septiembre. Y para que no faltara nada, se ha contado con un traductor de lujo, Luis Gago, una de las personas que, si se lo hubiera propuesto, podría haber escrito él un libro análogo, expertísimo traductor de temas musicales y muy capaz de trasladar la prosa brillante del autor, Alex Ross. Y puestos a que no falte de nada, se han traído al autor a realizar una gira de promoción. Nada que objetar, todo lo contrario, ojalá estas cosas pasaran más a menudo.

Ahora bien, ¿qué clase de libro es éste y quién es su autor? Ross es un excelente crítico musical neoyorquino, curtido en las páginas de New Yorker, New York Times y otros medios excelsos. Es decir, es una primera pluma en su especialidad. Como corresponde a la tradición anglosajona y a la excelencia que precisan medios de comunicación tan elevados, está tan versado en los intríngulis de lo que defiende como en la divulgación de esas materias. Así pues, se trata de un libro de muy alto nivel, tanto en la sustancia y la enciclopédica materia del libro como en el poderío divulgador típicamente americano.

En el chorreón de elogios vertidos por algunos comentaristas ocasionales españoles, se le atribuye a El ruido eterno una suerte de tesis según la cual Ross plantea que el “pop” es la clave del siglo, y ¡para qué queremos más! Digamos de entrada que algo de eso hay, pero el pop que señala Ross es la parte más excelsa del fenómeno y está muy bien relacionado con los momentos históricos correspondientes.

Para un neoyorquino decir que Velvet Underground tiene parentescos innegables con el movimiento minimalista es tan normal como obvio. Por no hablar de las relaciones entre Duke Ellington y Gershwin (muy malas, por cierto, en el plano personal). Y a quién le puede ofender hoy día ver mencionados a Los Beatles o a Bob Dylan junto a Berio o Ligeti…

Pero así son las cosas, unos cuantos ejemplos, muy bien enganchados, además, han servido para hacer de este libro una Biblia del cambio de poderes, de la clásica al pop.

Para Ross, no obstante, el verdadero cambio de poderes se encuentra entre la crisis europea y el vitalismo americano que se hizo con las riendas de una cultura musical contaminada de “tics” elitistas y resueltamente antipopulares. En EEUU, Ross encuentra ese punto de enlace entre lo popular y lo culto sin lo que una verdadera cultura se angosta.

Pero, digámoslo claramente, El ruido eterno no es un libro de tesis, mantiene el citado punto de vista porque es consustancial a un americano. Pero es, ante todo, una historia de la música del siglo XX, contada con desparpajo y libertad; con un tono de artículo de prensa profundo pero no oscuro, y con un afán de exhaustividad que lo lleva a pasar de las 700 páginas sin dejar de interesar.

Son brillántísimos los momentos dedicados al análisis de la relación entre música y las dos grandes dictaduras del siglo, la nazi y la soviética; interesará mucho al buen aficionado español la gran cantidad de datos que proporciona sobre la vida musical estadounidense (como esos capítulos dedicados a los compositores denominados del Frente Popular, o del New Deal); su magnífica penetración de los focos europeos de la Viena de principio de siglo, la República de Weimar o la vanguardia de Darmstadt; así como unas notables y respetuosas menciones a la homosexualidad en la música del siglo XX (el propio Ross confiesa serlo), y algo menos al advenimiento de la mujer en la composición. En realidad, desde el punto de vista social, apenas quedan fenómenos del siglo XX que se le escapen.

Y si lo más destacado del libro es su carácter de divulgación (en el mejor sentido de la tradición americana), no escasean tampoco los análisis musicales y los intentos de decirle al que no entiende qué demonios es eso del serialismo, el normal y el integral, la politonalidad o lindezas como estas. Tampoco es un libro “revisionista”; Ross está claramente del lado del eclecticismo, pero no denigra ni arrincona a las vanguardias; mejor dicho, las sitúa en su contexto histórico sin rociarlas con aprioris actuales.

Es, pues, un libro de crítico y de periodista cultural (en ese sentido tan noble que aquí se ha perdido o que, quizá, apenas ha existido) y, sobre todo, es una panorámica espectacular por su profusión de datos, muchos de ellos convertidos en anécdota de calidad. Si uno es un profesional de esto, muchas cosas de las que se cuentan las sabe ya, pero no todas, lo puedo certificar. Y si uno es un aficionado con una buena dosis de curiosidad, El ruido eterno es un libro perfecto, ameno y claro hasta donde es posible y, con frecuencia, divertido sin dejar de ser serio.

Queda una última cuestión, ¿es esto suficiente para que este libro se haya convertido en un fenómeno editorial y aspire a vender centenares de miles de ejemplares con un tema con el que otros se quedan en decenas? No lo sé, pero estoy seguro de que esto no puede ser malo.

El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música. (www.therestisnoise.com)
Alex Ross, traducción Luis de Gago.
Seix Barral, Madrid, 2009

(Jorge Fernández Guerra es compositor, comentarista musical y, actualmente, director del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea)

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