Doce Notas

La música consonante de Jorge Grundman

entrevistas  La música consonante de Jorge Grundman

Jorge Grundman © Sergio Cabanillas

Verdad que aquellas composiciones sirvieron de alimento germinal a su producción posterior, cuya cifra no ha dejado de crecer desde entonces, aunque su labor diaria haya derivado a la docencia en el entorno de la telecomunicación. Grundman se  sintió atraído desde los primeros años por universos alternativos de la música clásica, como el de las bandas sonoras. O el new age, que en 2001 le consagró con Los Hijos del Frío encumbrada en 27 ocasiones a la cabecera de las listas de este apartado, permaneciendo en el Top 40 más de seis meses junto a artistas como Enya o Suzanne Ciani. En su vertiente altruista, recabando fondos para ONGs como Médicos Mundi o Médicos Sin Frontera de España, Jorge Grundman ha creado Non Profit Music.

El proyecto, que engloba un sello discográfico propio –su primer album Somos el próximo pasado, cuídalo, apareció en 2004 Estados Unidos–, promueve además un concierto anual. Como el que el 9 de junio traerá a la Sala de Cámara del  Auditorio Nacional de Madrid al Brodsky Quartet para un programa centrado en la producción más reciente de la que Grundman llama Música Consonante, recogida en su último disco. El Brodsky, en el año en que celebra su 40º aniversario, contará, como en el CD, con la colaboración del percusionista Jaime Fernández y con la soprano Susana Cordón, que con sus dones interpretativos dotará de naturaleza a la historia de amor de un chico con Síndrome de Down y una joven autista, que centra el argumento de Los bocetos de Dios.

Con la tonalidad ¿ha pretendido un retorno al orden en el panorama de la música clásica?

No creo que haya nada nuevo en mi música. Lo digo sinceramente. Soy uno más, a quien le gustaría ser como Cristóbal Halffter, Sánchez Verdú o Jesús Torres, por citar algunos. Me queda mucho por andar, pero he centrado mi labor en convertirme en un puente para que no se escapen de la música quienes, al escuchar lo que hago, piensen que si son capaces de entenderlo, podrán comprender lo que ellos escriben.

¿Un puente hacia el contemporáneo estricto, a las vanguardias?

Hacia todo, Tengo un gran respeto por todo aquel que crea, y estoy convencido de que todo se puede acabar entendiendo. Los que vivimos en la música no podemos comprender que a alguien no le guste determinada obra. Puedes valorarla, pero no juzgar si es buena o mala, porque se nos escapa el criterio de creación como tal, y la grandeza de quien lo ha hecho. Tomaduras de pelo hay muy pocas. Otra cosa es que ciertos compositores, como Stockhausen o John Cage, han apostado por la labor revulsiva y por llamar la atención, que también tiene su mérito. Ideas brillantes podemos tener todos, pero quien destaca es el primero que lo hace convencido de que aquello es importante.

Así lo ve desde la óptica del creador, que ha optado por la música tonal.

Porque no he encontrado otro sistema en que expresarme para llegar al público y hacer que se contagie con aquello que cuento.

¿Le ha costado trabajo defender su postura?

Bastante. Al principio no faltó quien dijera qué lo que le vendía estaba superado, cuando lo único que yo buscaba era hacer disfrutar. La música gusta o no gusta. No necesita explicaciones ni tiene fecha de caducidad. La valoras en un contexto, pero lo importante es si comunica, luego miras cuándo se escribió. Comentaba una vez con Consuelo Díaz que, por el momento que nos ha tocado vivir a los que escribimos música, debemos competir con la antigua, la clásica, la romántica, la postromántica, las vanguardias y con otras para las que se han acabado las etiquetas, y yo denomino ‘música consonante’. Se ha escrito tanta, que hemos olvidado que, para que alguien llegue al nivel de conocimiento y valoración de la música moderna, debe tener una educación. ¿Cuál sería, por ejemplo, la reacción de alguien que ha escuchado poca música ante el Pierrot Lunaire de Schoenberg?. Para ello precisa ese entrenamiento, y ahí es donde cuento con el apoyo de Ara Malikian.

¿Por su afición compartida por los repertorios poco transitados?

Eso se lo debo a Naxos, que me ha ido abriendo puertas, haciéndome descubrir mucha música desconocida para mí. A partir de ahí, empiezo a ver, en distintos países, con las de qué otros compositores se programan esas obras, y a investigar quienes son sus autores. Hasta llegar a la conclusión de que, habiendo tantas cosas esperando ser descubiertas, en nuestros auditorios, en los que cada año se sigue programando el mismo Mesías y, cada dos o tres, un réquiem, cada vez se está perdiendo más público.

¿Cuál sería la causa de esa huída?

La falta de contacto con la realidad. Hicimos un concierto para recaudar fondos para los damnificados por el terremoto de Haití, y trajimos a la Sinfónica de Tblisi con su titular Jansug Kakhizde. Cuando le pregunté si en Georgia programaba música de Berg, Stockhausen, Schoenberg… me dijo que sólo en una bienal destinada a recordar que hace tiempo tuvieron su momento. Su interés se centra ahora en explorar nuevas vías: Kancheli, Silverstrof … muchos nombres que aquí no se programan. Pensé en la diferencia de su mundo, en la frontera de tradición con la música clásica, y el nuestro.

¿Cómo definiría la música consonante?

Es un término acuñado por un editor belga, que no significa “que suene bien” (ese es el malentendido cuando se utiliza indebidamente), sino que pone en consonancia al compositor, el intérprete y la audiencia. Tocan, no hay que explicar nada, el público disfruta y se va. Como ocurría antes.

Conocidos sus antecedentes, su devoción por la tonalidad, el minimalismo y el new age y su presente ¿Se encuentra perdido en el espectro de la música española actual?

No me considero perdido. Intento contagiar a la gente para que valore el resto de la música. Soy un granito de arena que creo hace falta. En ese punto recuerdo a Silverstrof cuando dice que no quiere hacer nada nuevo, sino que la gente disfrute con su música. Aun así, hay otros compositores que escriben de una manera similar a la mía. Sin ir más lejos, Albert Guinovart.

¿Qué sensaciones percibe entre los músicos que interpretan sus obras, como el Trío Arbós?

Fue Ara Malikian, convencido de lo que yo estaba haciendo, quien me empujó hace algo más de tres años a que buscase algún conjunto de relieve para interpretarla. Como en un estudio junto al que trabajamos graba el Trío Arbós, animado por el ingeniero de sonido Javier Monteverde, seleccioné para ellos siete obras mías. Les encantaron y decidieron montar un disco que, por lo que me cuentan a partir de las opiniones que les han llegado, es uno de los mejores suyos. Y el concierto que hicimos el año pasado con esa música, uno de los más memorables. De la revista Grammophon, que ilustra las reseñas con carátulas, me han pedido fotos no sé para qué. Y es que el disco ha tenido muy buenas críticas en el extranjero. Como todo lo que hacemos y enviamos fuera, porque no tienen las prevenciones que existen en España.

¿Cómo se estableció el contacto con el Brodsky?

Les envié un cuarteto que me habían estrenado en Brasilia, y les gustó. Pensaban grabarlo, cuando les hablé de una idea para otro cuarteto y voz de soprano. Me animaron para que lo escribiese, pensando unirlo al anterior en un disco. Cuando vinieron a grabarlo, aparte de no quererme cobrar, me dijeron que querían tocarlo en directo. Entendí el gesto como una apuesta por mi música, y me siento muy agradecido. Como con Ara o el Trío Arbós, que vieron en ella algo que merecía la pena.

Así nació el concierto del 9 de junio.

Me quedé sorprendido, porque teniendo su agenda a rebosar hasta el 2013, cambiaron una fecha para estar aquí en un año tan especial como este, cuando celebran su 40 aniversario.

También cambiaron los contenidos del programa.

La propuesta inicial era empezar el programa con compositores latinoamericanos, Mario Lavista y Golijov entre ellos. En la segunda parte iría la obra que da título al CD, Los bocetos de Dios. En agradecimiento, les escribí otro cuarteto con un título menos triste que los dos que aparecen en el disco, Sobre rubias y detectives, inspirado en el personaje televisivo Mike Hammer. Fue entonces cuando se decidieron a un “todo Grundman”, a pesar de mi reticencia al decir que aun estoy vivo para semejante homenaje. Nunca había encontrado en la música alguien que creyera tanto en mí, y me siento abrumado. Teniendo en cuenta la proyección que brindan a alguien que, aun habiendo escrito más de cien obras, de música culta son poco más de veinte.

¿Qué factores distintivos destacan en la música de este concierto?

Ante todo, ser la segunda vez que escribo sobre una idea y quiero desarrollarla para que quien lo escuche se contagie de lo que cuenta. Así surgió Sobreviviendo al suicido de un hijo, que aunque tenga un título muy fuerte es una historia llena de esperanza. Una música incidental pura, para la que me sumergí en la tristeza que puede provocar esa situación, intentando resolverla musicalmente. La composición fue todo un reto. En la composición, que parte de la última nota, hay una serie de melodías que, sobre el mismo leit-motiv, desarrollan un línea distinta. Por otra parte, y no sé si ponerme una medalla aunque sea pequeña, creo que Los bocetos de Dios es la primera canción protesta en la historia de la música culta. Una demanda a la sobreprotección que otorga la sociedad a los discapacitados, y la petición de que les ayudemos a ser independientes y se puedan realizar como personas. Esta obra para mí ha supuesto ver si soy capaz de enfrentarme a una ópera.

¿Lo pretende?

Tengo una idea. He conseguido la licencia para adaptar el libreto, y ahora estamos negociando los derechos de autor.

¿Cómo es su relación con la voz?

Después de descubrir a Susana Cordón, a quien ahora estoy escribiendo un lied con piano, creo que he encontrado una excelente vía de expresión. Porque tiene algo que se había perdido en los cantantes, que es la faceta interpretativa. Ella, al actuar tanto en ópera como en zarzuela, posee un registro de intepretación similar –y no estoy exagerando– al de María Callas. Y esto le venía como anillo al dedo.

Sorpresa similar a la del Brodsky le proporcionó Fanfare Magazine.

En ese caso fue una llamada del editor, diciendo que a sus setentaytantos años ya es muy mayor, y que el disco de Non Profit que había recibido le hizo pensar que, después de mucho tiempo, había encontrado algo por lo que merece la pena luchar, y me regalaba la publicidad en la revista. Seguidamente entrevistó a Ara Malikian. Luego me llegó el turno, a propósito de la Fundación. El problema surgió con el Brodsky. Ante la negativa de su discográfica por razones de exclusividad a que apareciesen en la portada, me la dieron a mi.

¿Qué siente?

Algo extraño. Desde Madrid, enseñando en la Universidad… pienso que no me puede pasar esto.

¿Hay distintos paladares respecto a su música en América y en España?

Creo que sí, por esa falta de prejuicios que decía. Al venir del pop, yo mezclo estilos, y eso no me crea complejos. No me arrepiento de aquella época. Tampoco de hacer música para películas, una de ellas finlandesa. Ni de mi paso por el new age o cosas de ese estilo. Pero cuando me dan la oportunidad de trabajar en serio, mis exigencias y los resultados serán diferentes. La primera vez que me sentí desbordado fue con mi Sonata para violín y piano. La programaron en la radio estadounidense y me pidieron partituras, cuando ni siquiera tengo editor. Porque nunca he pensado ganar  dinero con la música, sino que la gente se aficione a ella. A mí con mi sueldo de profesor me va bien. Estoy sobredimensionado. No me interesa estar en un primer plano, porque no voy a poder dedicarme por entero a la música. ¡Ójala!

¿Qué le da la Universidad que no encuentre en la música?

El sueldo de cada mes. Creo que estoy destinado a un segundo plano. Cuando me dedicaba al pop, conseguimos grabar con Virgin, que acababa de asentarse en España, y dejé todo justo cuando el disco estaba en plena promoción hacia el número 1. Me asusté. Y esa sensación la llevo siempre conmigo.

 

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