Doce Notas

Bernard Foccroulle, organista y director del Festival de Aix en Provence

entrevistas  Bernard Foccroulle, organista y director del Festival de Aix en Provence

Bernard Foccroulle. Cortesía Festival Aix en Provence. ©Johan Jacobs

La de la música es su cara menos popular, que complementa como compositor. La otra, dividiéndose en Jeckill-Hyde (a él le corresponde poner nombre a cada una de ellas), es más prosaica y mundana: director del Festival de Aix en Provence, donde llegó en 2007 procedente del Thêatre de la Monnaie de Bruselas, del que fue responsable desde 1992.

Admitiendo modas ¿por qué el órgano no vive un momento similar al del piano o el violín? El órgano no está de moda en nuestros días, porque sufre una marginación en la vida musical. Por eso es tan importante el Festival de Toulouse, donde la programación permite escuchar mil cosas conocidas o inesperadas, y eso atrae a un público mucho más numeroso que el estrictamente interesado en el órgano. En cierta medida, mi labor pasa por mostrar como artista o como organizador que el órgano es susceptible de interesar a un abanico muy amplio de espectadores.

El año pasado yo mismo hice unos conciertos de música contemporánea, introduciendo algunos estrenos, incluyendo la danza con cuatro bailarines. Y hubo que programarlo dos veces para satisfacer la demanda. Ahí se pueden ver los resultados al trabajo de fondo que había detrás. Por eso tengo puestas mis esperanzas en que el trabajo que se hace en Toulouse sea la punta de lanza de una labor que se traslade a escala europea, para que el órgano deje de parecer únicamente un instrumento de iglesia, como está claro que lo ha sido, pero que se vea también que puede ser tocado por clavecinistas, pianistas, improvisadores o compositores, y que en su momento estuvo totalmente integrado en la vida musical.

Cada vez que se habla del órgano, el primer nombre que aparece es Bach. Verdaderamente, la posición de Bach domina la literatura organística, y es imposible sustraerse a su nombre. Pero con mucha frecuencia ofrezco conciertos sin una sola obra de Bach. A veces combinando música antigua –Buxtehude, Frescobaldi, Correa de Araujo y otros– y contemporánea, y entonces es difícil establecer una relación entre Bach y la música de hoy. Creo que no es obligatorio pagar el peaje Bach. Hace mucho tiempo que yo no hacía en Toulouse como ahora un concierto entero con obras de Bach. Si se contrastan otras temporadas, se podría ver que he hecho más conciertos mixtos. El año pasado toqué mucho Messiaen, en su aniversario. Y cada vez desarrollo más proyectos con artistas que proceden de otros mundos.

Con Jean Fabre, por ejemplo, hice uno en Avignon que resultó muy interesante. Con Salva Sanchiz, un magnífico coreógrafo de Barcelona que vive en Bruselas, hicimos un programa en Toulouse que vamos a retomar. Tengo otros planes novedosos con un videasta australiano… mi interés se centra en ese diálogo con el órgano. Cuando he trabajado con bailarines, se han sorprendido al descubrir un mundo que desconocían. El órgano sólo lo relacionaban con piezas de Mendelssohn, la Toccata en re menor de Bach… todo muy caricaturesco. La realidad es muy distinta.

La sombra de Bach para un compositor ¿ayuda o aterroriza? Debo decir que, en alguna medida, la altura de su música aterroriza por la perfección. Desde hace algunos años trabajo en un ciclo de composición, donde todas las obras tienen que estar inspiradas en otras del pasado. He puesto como referencias de Buxtehude, Sweelink, Correa, Giovanni de Macque… Hasta la fecha no he recurrido a Bach, porque la referencia a su música es tan exigente, tiene tanto peso, que no me considero preparado para hacerlo. Tal vez dentro de diez años, cuando casi haya terminado el ciclo. Mi idea no será hacer algo en su estilo, sino una especie de homenaje a partir de esos elementos que busco en el pensamiento de los compositores. De Buxtehude me sorprende la explosión de las formas, porque trabaja sobre los colores más contrastados posibles. Eso me ha llevado a crear una pieza muy específica en la que nadie va a pensar en Buxtehude, salvo si lo sabe. Pero Bach impresiona demasiado, es mucho más fácil una confrontación con cualquier otro que con él.

Menciona a Correa de Arauxo ¿Le gusta la música que se hizo en España? Me encanta. Tengo dos grabaciones con obras de Correa. Una en Bruselas; la segunda, de 1992, para Auvidis-Valois, en un órgano de Sevilla y otro de Liétor para las celebraciones del Quinto Centenario. Toco las obras más inspiradas de Correa cada año en numerosas ocasiones. A veces, en España, en órganos de distintas ciudades, pero también lo hago en órganos de Francia… Me gusta también Pablo Bruna. Y Cabezón, que es interesante, pero mucho más difícil. Y es que en sus tiempos había mucho contacto entre los españoles con flamencos y valones. Los órganos de El Escorial fueron construidos por gente del Norte de Europa, que cuando regresaban a sus casas llevaban consigo partituras del Sur. Estableciéndose una curiosa retroalimentación.

En su experiencia española ¿Qué disposición ha observado hacia el órgano? Estuve mucho en España en los años 80, y desde entonces la evolución está siendo formidable. Hace 30 años los organistas españoles ni siquiera conocían la música de su país. Hoy las cosas han cambiado: hay más conciencia del Patrimonio, de las ediciones… Un concierto que dí en Liétor, es un ejemplo magnífico. Castilla La Mancha: una iglesia a rebosar de público caluroso, muy espontáneo, encantado con esa música. Eso prueba la existencia de un nuevo público que lo está esperando y a quien hay que complacer. El año pasado toqué en el festival de Granada, que es interesante, con buenos artistas…

…¿y los instrumentos? Unos órganos son buenos y otros no tanto. He tocado también en Sevilla, y había propuesto al Auditorio Nacional el proyecto de Jean Fabre u otro con danza, y creo que algo saldrá.

Esa combinación de teclas y registros como organista le puede haber servido para organizar su cabeza para estructurar los contenidos de un festival como Aix o un teatro como La Monnaie Puede que hacer esa música haya desarrollado en mí desde muy joven esas aptitudes de organización y racionalidad que me resultan útiles. Pero hoy ocurre lo contrario. Después de todos los problemas que puedes encontrar en el trabajo de la organización; esas dificultades financieras o de relaciones humanas, la música me ayuda, porque me hace regresar a lo esencial. Si estoy cansado por el trabajo organizativo, un concierto me pone en forma. Cada vez más los conciertos me cargan increíblemente de energía positiva. Por eso me gusta decir que Bach me está acompañando con su música toda la vida. Y doy gracias a ese compositor que me brinda su compañía tan generosamente.

Del Foccroulle palimsesto, cuando comience a quitar capas ¿Qué quedará en el último estrato? ¿el organizador, el músico…? No creo que sea el organizador, porque no considero esa parte como la más esencial de mi vida. Pienso que quedará el músico y, puede que, detrás del músico, tal vez quede el hombre.

Bernard Foccroulle. Cortesía Festival Toulouse les Orgues. ©J.J. Ader

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