¿Qué tienen en común música y poesía? El ritmo, la combinación de sonido y silencio. Después vendrá la melodía, la armonía, los acentos… Todo eso vendrá después, si se le llama. De eso va este libro: de la llamada de la música, del pensamiento, de la literatura, de la vida en un joven leonés de la España que despierta en los 60.
No puedo por menos que verme identificado con la totalidad del libro, por amistad, por relaciones teatrales- Teatro Corsario- por afinidades musicales: jazz, improvisación, Evan Parker, Derek Bailey, entre otros. Aprendizaje autodidacta, duro, muy prolongado, como la mayoría de quienes provenimos de la cultura popular, sin que eso suponga contradicción alguna para poder apreciar la High Culture, tan “high nose” ella. Se trataba de luchar como podíamos contra la hambruna cultural prolongada del tardofranquismo: música, teatro, literatura, cine, todo valía.
Excelentes muestras de textos propios y referencias a amigos (Miguel Casado, Miguel Suárez), certeras apreciaciones de la estructura común a textos y melodías. Un músico/escritor cercano a su tierra y mirando la altura de las ideas que llegaban, entonces, de fuera: Boris Vian y Archie Shepp siempre nos han cautivado: poesía, teatro y jazz. Ya los ingleses Soft Machine habían oficiado –la patafísica de Jarry les unió- de sacerdotes eléctricos en El Deseo Atrapado por la Cola, de Picasso… Fiesta en Europa frente a misas, rosarios y comuniones diarias en España.
Algunos textos son para enmarcarles en la puerta de nuestros guateques generacionales… ”Teníamos a Hendrix por compañero imaginario: salía a tocar con la energía de un tragasables, un domador del fuego”…apunta Ildefonso. O este otro, sobre algún lugar más cerca que la Seattle natal de Hendrix: “Las sirenas de las fábricas (La Azucarera, Antibióticos) marcaban la ciudad con los pitidos de sus horas. Con un crescendo subían a la nariz humos y hollines, sustancias nauseabundas ardían en los hornos, venían nubes de las chimeneas…consiguiendo que el propio sonido traiga ya la virtualidad de hacerse música viva, ao vivo, live music”. O «¿Dónde se echó la semilla de nuestra afición? En los olores mezclados del economato, y en los pitidos de los trenes nocturnos…somos los músicos del ferrocarril (Alfredo, Quique, Toño)”.
Excelentes los pasajes marcados como “vidas de músico”, las reflexiones sobre las traducciones diferentes de grandes textos de la poesía, de la literatura y del pensamiento occidental.
Pasan por las ventanas-hojas de este libro los personajes más inspirados e inspirantes de la música, de la poesía, del pensamiento, de la prosa de ese siglo de las sombras que ha sido el s. XX, algunos también de siglos anteriores. Todos son tratados y citados con cercanía y certeza por Ildefonso Rodríguez, improvisador muy concienzudo, valga la contradicción…desde Lope de Vega a Miles Davis, desde Walter Benjamin a Stockhausen, de Miguel Suárez y “Cova Villegas” a Dexter Gordon. Todos nos llegan a través del filtro vital-musical-literario de este gran cronopio leonés.
Libro imprescindible para conocer los anhelos de toda una generación. Si se escucha el libro leyendo el pianismo tranquilo y profundo de John Taylor, mejor. O viceversa, claro.