La eterna, ansiada o irritante primavera huele a néctar, y aspira a ser, a ser siempre distinta, a renovar cada aroma, cada sonido, cada gesto. Así, igual que su mirada soñadora aletea a cada instante, la primavera rebosa intranquilidad, y respira, como si el deshielo del invierno le invitara a la vida, al juvenil ejercicio de crecer. Entre tallos nuevos y frescas albas el tiempo medita sobre sí mismo, sobre su inmediato letargo invernal y sobre su inminente futuro veraniego. Y aquí están, tiempo y primavera, uno sobre la otra, como una pareja de enamorados; y así creen, ambos, que no existe otro instante mejor que el presente.
«Si existe un tiempo, que sea éste –dice el caminante–, a la par que respira con la mirada esquiva. –Así es y así será– cree escuchar de inmediato, pero nada suena. Ilusionado por tan extraña sensación, no quiere romper el mágico instante que acaba de vivir.»
Naturalmente, una cosa es estar enamorado del tiempo (como lo está la música) pero creer que tiene vida propia e independiente, escuchar su voz y vibrar con ella, aspirar el aroma de su sonido, es algo menos común. La primavera, repleta de metáforas y romances, canta con elegancia su tristeza de amor, escondida tras su tiempo; tras ese tiempo que tanto desea. Quizás por eso las músicas de la primavera se quieren presentar vestidas de colores.
No es que las gotas del rocío sean ahora lágrimas de aurora, no. No es que el recuerdo del invierno trence nuevas melodías, no. No es que las noches se estiren como sombras inocentes, no. No es que las estrellas dibujen un firmamento más humano que suspira como un mar de deseos, no. No es eso, ni tampoco es otras muchas cosas. La música de la primavera quiere ser como un beso perdido en la distancia, que no duela, y deje tras él un horizonte perdido en su inmensidad; para señalar al tiempo, a ese tiempo que tanto la consume. La música de la primavera, amante nerviosa de placeres y magias, atraviesa el corazón de los hombres para posarse en él, y gritar.
Y ahora, que la tarde y el camino esperan, es tiempo de primavera, de sus músicas y sus sentimientos. Al último invierno se lo comió la nada; del primero ni nos acordamos. Como en un raro sueño, todos esperan una primavera casi eterna; pero pasará, como cada año. Y así será.
Fuente de vida y muerte, canción nocturna herida de pasión, la primavera no es ni será jamás lo que dicen de ella. Pero suena, y eso nos importa. Orilla de viva luz, colchón de algas que mece la cuna, el camino del tiempo de primavera suena a violetas, a discurso ilusionado de amores perdidos, a ritmos que aletean y melodías que ríen; también a sueños imposibles y grandezas delirantes. Cada primavera de llanto olvidadizo y aire derramado, de cabellos vivos y regocijo de hierbas nuevas, nos trae sus músicas. Es, pues, tiempo de armonías primaverales, pero no de sosas noñerías: cada primavera musical debe ser tan vital como enérgica, tan alejada de tópicos como pueda; sean llanura de sangre o cicatriz de odio, idilio de amantes o sonrisa de niño las músicas de la primavera deben ser auténticas. Escríbanlas, escúchenlas, es tiempo de primavera, y de sus músicas, quimeras y olvidos.