
(Foto: Jaume d’Urgell)
Leopoldo Alas tenía entonces apenas 25 años y un desparpajo que le llevó a realizar un libreto (¡en verso endecasílabo!) en dos semanas, un libreto evocando el tema de Fausto (era condición obligada) y que revisaba el mito en clave postmoderna e irónica. Leopoldo reincidió con la ópera tres años después al realizar el texto de una experiencia, Estamos en el aire, ópera radiofónica realizada en colaboración con el músico Juan Pagán y que se estrenó en el Festival de Música de Alicante que, ¡ay!, yo dirijo desde hace ocho años.
A Leopoldo Alas, emparentado con el gran escritor asturiano del mismo nombre y conocido como “Clarín”, a veces lo llamábamos burlonamente “Clarinete”. Era menudo, con aspecto permanentemente adolescente, lúcido y muy orgulloso de su condición de gay mucho antes de que se hablara de “orgullo”. Su trayectoria literaria ha sido importante, especialmente poética y periodística, y todo apuntaba a que se encontraba frente a una madurez espléndida. No ha podido ser, se ha ido pronto, como los héroes. Las necrológicas de los grandes periódicos han dejado constancia de la pena, contenida, como si al pensar en Leopoldo fuera obligatorio mantener un gesto de alegría; aunque sus poemas contuvieran a menudo rasgos oscuros y veladamente sombríos. La que firma en El País Vicente Molina Foix le rinde un cálido homenaje sin decir, no había por qué, que el propio Molina Foix es, asimismo, autor de dos libretos junto al compositor Luis de Pablo.
La necrológica de ABC, firmada por el también literato García Jambrina, desliza un comentario cuando menos sorprendente, al señalar las actividades de Leopoldo concluye diciendo que había practicado todos los géneros: “alguno tan exótico como el libreto de ópera”. Un exotismo que compartió con el citado Molina Foix, Muñoz Molina, Andrés Ibáñez, Martínez de Merlo, Clara Janés, Luis Carandell, Ana Rossetti o Rosa Montero, por no alargar la lista.
En el final de Sin demonio no hay fortuna, Leopoldo escribía el siguiente verso cuando Mefistófeles se acerca al cadáver de Fausto: “Quiero cobrarme el alma de este necio/ pero no veo el halo vaporoso/ que los hombres, al morir, / se dejan en el aire…” En nuestra intención, Fausto representaba al autor operístico. Leopoldo, además, insistía siempre en que Fausto no podía tener alma; o sea, que toda la trama era una estafa montada para engañar al pobre Mefistófeles que se pasa la eternidad convencido de que alguna vez pescará algo. Pero si es la ópera misma la que no tiene alma, entonces la realización de un libreto no sólo es algo exótico, es la constatación de que todo acto de narrar es superficie, en este caso, escritura. En suma, Leopoldo y yo queríamos llevarnos al huerto a un entorno cultural diciéndoles que estábamos haciendo algo más que una ópera cuando sólo hacíamos una ópera. Pero la opinión cultural española es muy lista y no picó, incluso para muchos ni siquiera habíamos hecho una ópera, lo que obviamente es demasiado, al menos sí habíamos hecho una ópera.
Hoy, cuando Leopoldo puede que sepa ya ciertos secretos que para mi aún tienen que esperar, estamos donde estábamos antes de aquél audaz golpe de mano; ni siquiera estamos en el aire. El último programa radiofónico de Leopoldo se llamaba “Entiendas o no entiendas” y ha sido un auténtico revulsivo en las ondas españolas; y está claro que para él la cosa era mucho más que algo de apreciación sexual. En todo caso, amigo, yo no entiendo nada. Contigo se han ido algunas de las claves de lo que quisimos creer que era la aportación de los años ochenta; no me atrevo a llamarlo “movida” porque doctores tiene la iglesia que han dictaminado que eso sólo fue cine, algo de pintura, fotografía y rock mal tocado. De todos modos, Leopoldo, amigo, si veo tu “halo vaporoso”, además de reconocer que las estafas ya no son lo que eran, te rendiré el homenaje que mereces, quizá con otra ópera.