Así que atrapar a Satie no es fácil. Mary E. Davis lo intenta a través de los disfraces adoptados y las múltiples versiones de sí mismo que inventó, sobre las que estructura esta monografía recientemente traducida. Sintética, abarcadora, precisa y al grano, y además profusamente documentada. Revistas, artículos, periódicos de la época, cambios sociales, amistades, escasos empleos y, sobre todo, las partituras que nos dejó, dejan a la autora con el difícil papel de hacernos entender a este elusivo personaje. Se guarda mucho de circunscribirse a un solo género: ni biografía a secas, ni musicología huérfana, el estudio nos hace recorrer las distintas facetas a lo largo de su vida y obra. No se deja atrás ninguna de las pinceladas que nos sirvan para entenderlo –primer paso para amarlo, quizá odiarlo: sus orígenes en la Normandía, la educación musical recibida, la formación del joven músico para, poco a poco, ver aparecer al extravagante, al bohemio, al bufón risueño y al hombre tranquilo que caminaba diez kilómetros de ida a París y de vuelta a Arcueil anotando frases musicales en su librito. Sin perderse en meandros, sin apasionamientos, lo mejor de Erik Satie está en la coherente amalgama de estilos, donde la concisa línea cronológica de creaciones y relaciones nunca es perdida de vista, mientras ilustra con análisis rigurosos los avances estéticos donde el músico dejó su verdadera impronta.
ERIK SATIE
