Gerard Mortier no defraudó, explicó concisamente las líneas que dirigirán su actuación, con apuestas concretas, y contestó a los posibles miedosos: «No voy a eliminar a Puccini de la programación. Es parte del patrimonio musical, pero hay que tener confianza en el público. Yo quiero fascinar. Convencer al público de que vengan a ver obras nuevas». Pero la apuesta por la modernidad y contemporaneidad de la ópera es una de las señas de identidad de Mortier y, como tal, señaló: «Hay muchas óperas en el siglo XX. Suman un número mayor de obras maestras que las del siglo XIX. Programar estas óperas es la única manera de evitar que la ópera se convierta en un museo y de habituar nuestros oídos a un lenguaje musical que acepte e incluso haga disfrutar de una música contemporánea. Quiero conseguir llenar el Teatro Real con estas obras. Si se conocen estas obras se puede entender mejor a Puccini o Mozart».
Entre las mejoras a poner en práctica, según explicó, pretende hacer de la Orquesta y el Coro un baluarte de calidad musical con la que no pueda competir ningún alarde escénico; trabajar con varios directores musicales, en lugar de tener a un solo director nominal al frente de la orquesta, tal y como hizo en París; empeñar presupuesto en la producción propia (propuso 3 ó 4 al año) y exportarla a otros teatros, de tal forma que el crítico tenga que venir a Madrid; y, en general, habla de acercar el Teatro Real a la gente y a la ciudad que lo acoge: «El Real, tal como está emplazado, mira al Palacio Real pero está de espaldas a la ciudad. Yo quiero acercar el Teatro Real a la ciudad y bajar la edad de su público».
Mortier, quien en todo momento agradeció la gestión realizada por su predecesor Antonio Moral, se plantea pasar 4 meses de inmersión «sabática» en la cultura española, antes de tomar posesión definitiva de su cargo.