
Estrenada en 1849 en el Teatro di San Carlo de Nápoles con libreto de Salvatore Cammarano y basada en la obra Kabale und Liebe de Friedrich Schiller, la Luisa Miller verdiana fue concebida como un melodrama en tres actos y marca un punto de inflexión en la trayectoria del compositor al alejarse de los grandes dramas históricos y patrióticos para adentrarse en un conflicto íntimo y familiar de raíz burguesa.
La acción se sitúa en un marco rural tirolés y gira en torno al amor imposible entre Luisa, una joven campesina, y Rodolfo, hijo del poderoso conde Walter. Su relación se ve amenazada por la rígida jerarquía social y por las ambiciones del padre de Rodolfo que pretende casarlo con la duquesa Federica para consolidar su posición. A ello se suma la figura de Wurm, secretario del conde y antagonista central, que manipula la situación para destruir a los amantes.
La producción escénica de Valentina Carrasco reforzó esta lectura trasladando la acción a una fábrica de muñecas de principios del siglo XX, símbolo de una sociedad que moldea a las personas según cánones impuestos. Walter y Miller aparecen así como figuras que “fabrican” hijos a su imagen, negándoles la posibilidad de vivir según sus deseos. El conflicto central no es político, sino emocional: el abuso de poder, la imposición de la voluntad paterna y la imposibilidad de los jóvenes de decidir su propio destino.
En el plano musical, la ópera confirma la evolución estilística de Verdi hacia una mayor profundidad psicológica. Destaca aquí por ejemplo la obertura. No se trata de uno de los breves popurrís habituales típicos en la Italia de aquella época, sino que se caracteriza por un trabajo melódico-contrapuntístico con un motivo que podría describirse como el del destino o de la intriga; o momentos como el del cuarteto vocal del segundo acto, audaz no solo por su estructura armónico-melódica, sino también por carecer de un acompañamiento instrumental. El nuevo director titular de la OCV, Sir Mark Elder, supo potenciar el papel expresivo de la orquesta y del coro en su debut operístico frente a la misma. Con gestos específicos y casi minimalistas para ambos, Elder mantuvo a los dos cuerpos en perfecto equilibrio, dejando un espacio abierto para las voces solistas.
La representación de Luisa Miller se sostuvo en gran medida sobre un reparto vocal de notable solidez, capaz de responder tanto a las exigencias técnicas de Verdi como a la intensa carga dramática de la partitura que aumenta conforme avanza la obra. Germán Enrique Alcántara (Miller) ofreció una caracterización de gran densidad humana. Su barítono, de emisión franca y timbre noble, resultó especialmente eficaz en los momentos de introspección del personaje, donde supo conjugar autoridad paterna y fragilidad emocional. En el papel titular, Mariangela Sicilia (Luisa) firmó una interpretación de gran sensibilidad y progresión dramática. Su soprano, lírica y luminosa, se desplegó con naturalidad en los pasajes más ingenuos del primer acto y ganó cuerpo expresivo en los momentos de mayor tensión emocional. Alex Esposito (Il Conte di Walter) aportó una lectura vocal y escénica de gran presencia. Su bajo-barítono, poderoso y bien apoyado, transmitió con eficacia la dureza y el orgullo del personaje, sin renunciar a matices de culpa y conflicto interno en el tercer acto.
Como Rodolfo, Freddie De Tommaso confirmó su idoneidad para el gran repertorio verdiano. Su tenor, de timbre expansivo y proyección generosa, brilló especialmente en los momentos líricos, donde mostró un fraseo cuidado y una notable intensidad emocional. Supo equilibrar el ardor juvenil del personaje con una línea vocal elegante. Maria Barakova (Federica) defendió con solvencia un papel de menor desarrollo dramático, aportando una voz especialmente firme en su registro agudo, y contribuyó a dar relieve a un personaje a menudo secundario pero clave en la trama social de la ópera. Gianluca Buratto (Wurm) construyó un villano de gran eficacia teatral. Su bajo, profundo y sombrío, resultó ideal para subrayar la naturaleza siniestra del personaje. La firmeza de la emisión y la expresividad del canto reforzaron el carácter manipulador de Wurm, convirtiéndolo en una amenaza constante y creíble. No podemos dejar de mencionar aquí la excelente labor realizada por la mezzo Lora Grigorieva en el papel de Laura.
En resumen, la orquesta, el coro y el elenco de solistas ofrecieron una lectura musical coherente y estilísticamente sólida bajo la batuta de Elder, quien puso de relieve la riqueza psicológica de Luisa Miller y confirmó la vigencia de esta ópera como uno de los títulos más refinados del Verdi de madurez temprana.
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