
Con Milagrería y escalas disonantes, Alfred Brendel vuelve a recordarnos que, para algunos intérpretes, la música no termina cuando se apaga el sonido. Pianista de referencia —para muchos, uno de los mayores lectores de Beethoven y Schubert en el piano del siglo XX— Brendel ha cultivado desde siempre una doble ciudadanía: la del escenario y la de la escritura. Este nuevo volumen, publicado por Acantilado, prolonga esa vertiente literaria que, lejos de ser un adorno tardío, ha acompañado toda su carrera como una forma paralela de pensar la música.
Dice Andreas Dorschel en la Brendeliana que cierra el libro que “cuando interpreta música se pone en segundo plano permitiendo que las obras reflejen las personalidad del compositor”. Esta edición a modo de recopilatorio de artículos, conferencias y ensayos, demuestra esa cualidad tan personal del pianista, a la vez que vuelven a dejar patente su mente afilada, irónica, profundamente consciente del lugar del intérprete en la tradición y del misterio que rodea cualquier acto musical. No sorprende que varios críticos destaquen que “oír tocar a Brendel es una experiencia no muy diferente de leer sus ensayos”: esa capacidad de reconocer estructuras profundas, de relacionar gesto y sentido, se traslada aquí a la palabra escrita con sorprendente naturalidad. La prosa parece seguir el mismo impulso de articulación que caracterizaba su fraseo: precisión, claridad, ausencia de artificio, pero también un humor seco y un desapego crítico que evitan toda solemnidad innecesaria.
Uno de los aspectos más valiosos de su pensamiento es su defensa de la inteligencia interpretativa, reivindicando una escucha activa, analítica, casi filosófica. Su lectura de Beethoven y Schubert no es solo musical: es ética. Del primero subraya la arquitectura, la tensión, la voluntad; del segundo, el desgarro íntimo y una fragilidad que —según Brendel— requiere un tipo particular de sensibilidad. Estas reflexiones se entrelazan con un repaso crítico de sus propias grabaciones, escrito sin complacencia: hay autocrítica, dudas, pequeños cambios de perspectiva. Para el lector familiarizado con la discografía de Brendel, estas páginas funcionan casi como un comentario autoral tardío, un making of retrospectivo de su pensamiento musical.
Pero Milagrería y escalas disonantes no es un libro exclusivamente musical. Lo extraordinario es que Brendel, lejos de encerrarse en el repertorio canónico que lo hizo célebre, explora conexiones con la literatura, las artes visuales y, de forma inesperada, el cine. En una época en la que los discursos sobre la música clásica a veces tienden a la endogamia, estas divagaciones multidisciplinares son un recordatorio de que el pensamiento musical puede (y debe) dialogar con otros lenguajes. Aquí aparece el Brendel más libre: el observador curioso que se maravilla ante detalles mínimos, que encuentra en lo cotidiano pequeñas epifanías o “milagrerías”, como él mismo las llama.
Estamos ante un libro de lectura sencilla, accesible tanto para aficionados como para músicos formados. Es cierto: Brendel escribe con la conciencia de que el lenguaje debe iluminar, no oscurecer. Pero debajo de esa claridad reside una densidad conceptual que emerge al avanzar en la lectura. El pianista-escritor no sermonea ni expone dogmas: propone, sugiere, abre preguntas. Ese gesto, más que cualquier definición, es quizá la clave de su legado intelectual.
Estoy convencido de que se convertirá en un libro de referencia para quienes buscan entender la interpretación desde dentro, lejos de tecnicismos superficiales o del aura mitológica que a veces rodea a los grandes intérpretes. Brendel ofrece, en cambio, una mirada humana: lúcida, analítica, a menudo divertida, siempre honesta.
Milagrería y escalas disonantes sitúa de nuevo a Alfred Brendel como una voz lúcida del pensamiento musical. Y que, como en sus mejores interpretaciones, la música que piensa perdura mucho después de haber sonado.
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