
La lectura de Pensar y cantar de Ian Bostridge ha sido, para mí, una auténtica bocanada de aire fresco, en buena medida porque reconforta encontrar un libro escrito por un cantante que aborda la interpretación con una profundidad poco habitual en la literatura de la práctica vocal.
ejos de las miradas basadas únicamente en experiencias personales o en el vaivén emocional del escenario, Bostridge ofrece una reflexión sólida, matizada y cuidadosamente articulada, en la que se perciben tanto su sensibilidad artística como su formación histórica.
El libro parte de una idea que resuena con especial intensidad tras los años de pandemia: la importancia insustituible del contacto directo con el público, de la presencia física, del tiempo compartido. Ese punto de partida no funciona como una simple reivindicación nostálgica, sino como el marco para pensar qué significa realmente interpretar: un gesto que involucra cuerpo, historia, subjetividad y cultura. Desde ahí, Bostridge teje un ensayo que combina análisis histórico, sensibilidad filosófica y una escritura cuidada, fruto evidente de su doble identidad como artista e intelectual.
Los tres ensayos que componen el volumen se entrelazan en torno a la pregunta por la identidad y su construcción a través del acto interpretativo. En el primero, el autor se sumerge en obras de Monteverdi, Schumann y Britten para mostrar cómo determinadas piezas tienen la capacidad de desdibujar las fronteras del género más que los límites formales de la ópera. Su reflexión parte de que la identidad no es algo fijo, sino que se construye en la representación: cantar implica un componente interpretativo profundo, donde la voz y el gesto dialogan con las normas sociales y culturales.
En el segundo ensayo, Bostridge analiza las Chansons madécasses de Ravel como objetos de estudio que revelan las tensiones culturales e históricas subyacentes. Su enfoque muestra cómo estas dimensiones condicionan nuestra interpretación y cómo una comprensión profunda de ellas puede enriquecer tanto la práctica del intérprete como la escucha del oyente, promoviendo una aproximación crítica, consciente y matizada a la obra.
El tercer ensayo se desplaza hacia un terreno más existencial: la muerte como horizonte último y ausencia radical frente a la cual se configura toda identidad humana. A través de referencias musicales (como las obras de Britten) y literarias (entre ellas las meditaciones de John Donne), Bostridge muestra cómo la música permite pensar aquello que desafía el pensamiento. Desde ese límite donde toda identidad se define, el autor vuelve a interrogar el papel del intérprete, ese “doble papel” que asumimos al decidir cómo encarnamos un texto. Bostridge cuestiona defiende la interpretación como un acto deliberado, informado y consciente, donde adoptamos un carácter solo para, paradójicamente, reencontrarnos con nuestro propio yo desde otro lugar y enfrentar esa “disolución definitiva del yo” que define el límite de toda existencia.
A pesar de que el autor insiste en que escribe desde su experiencia personal y no desde una postura normativa, el libro está extraordinariamente sostenido por un andamiaje teórico, nutrido de análisis y fuentes históricas, musicológicas y filosóficas. Esta combinación, lejos de hacerlo denso, lo convierte en una lectura estimulante que invita a mirar las obras desde nuevas capas de sentido.
Pensar y cantar es, en suma, un libro necesario. Un puente entre la vivencia del intérprete y una reflexión profunda sobre lo que significa cantar hoy, que abre espacios nuevos para pensar, escuchar y comprender la música desde un lugar más profundo y necesario.
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