
Peter Wright aborda una coreografía que sigue fielmente los clichés clásicos de la escuela de Marius Petipa en los números individuales, ahondando en el aspecto narrativo del espectáculo y potenciando el trabajo coral con nuevas propuestas en los números de grupo. Gracias a todo ello, la representación fluye con dinamismo y un encanto bucólico, en el primer acto, y un ambiente ensoñador, en el segundo, muy bien conceptuados por los concisos decorados, la plástica iluminación y los tradicionales vestuarios de Peter Farmer.
El Bayerisches Staatsballett cumplió con creces las expectativas generadas, exhibiendo un excelente nivel técnico y una envidiable compenetración escénica. Mención especial merece la escena de las willis, de impecable y puntualísimo movimiento orgánico. A nivel individual, la Giselle de la joven Ksenia Shevtsova bordó una interpretación de apurada precisión y nitidez técnica, con movimientos gráciles y delicados, de gran elegancia tanto en brazos como en piernas. Jakob Feyferlik como Albrecht derrochó vitalismo, suntuosidad y acrobacia aérea en sus virtuosos saltos. Elvina Ibraimova llevó al terreno más dramático el rol de Myrtha y Robin Strona fue un Hilarion con más carácter que virtuosismo.
A todo ello, cabe subrayar el espléndido papel de la orquesta titular del teatro bajo la batuta de Robertas Servenikas, quien supo imprimir tempi ajustados y relucir las inspiradas texturas de Adolphe Adam. El público supo apreciarlo premiando con prolongados aplausos e intensas ovaciones al elenco.
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