Aunque a veces pueda tener uno la sensación de que la tradición es algo inamovible y sujeto a una especie de bula contra cualquier intento herético de actualización, y tal vez pueda ser así para los celosos guardianes de la misma, lo cierto es que la música, como las demás artes, siempre ha evolucionado con los tiempos, y nunca dejará de hacerlo. No se trata de una cuestión teórica, es simplemente ley de vida. Lo que hoy conocemos como tradicional no surgió de repente, redondo y perfecto, de un día para otro: también fue el producto de un proceso evolutivo, resultado las paradas de un camino que se extiende hasta el presente.
Por eso proyectos como el de Radizz, que arrancan de ese legado tradicional para reinventarlo y ponerlo al día en contacto con la música del presente, no sólo no mancillan esa tradición, sino que sirven para mantenerla viva y evitar que se convierta en una especie de reliquia fósil venerada en templos sectarios. Y es entonces cuando descubrimos, para nuestro gozo, que esa armadura tradicional posee hechuras y espacio para expandirse y dar lugar a territorios musicales novedosos y atractivos, en un proceso de enriquecimiento que es también mutuo, pues de él se han beneficiado, y mucho, géneros como el jazz, atraídos a menudo por la tentación del inmovilismo. No se trata de revolucionar nada o de ceder a tentaciones iconoclastas: es, simplemente, constatar que toda tradición es, en esencia, una realidad en transición.
La puesta de largo en Valladolid de Radizz fue un buen reflejo de lo dicho. Víctor Antón ha dado forma a un proyecto fascinante que aúna respeto y búsqueda, consciente de las enormes posibilidades que ofrece ese material tradicional del folklore para expandirse gracias a los recursos que ofrecen el jazz o las técnicas improvisatorias. Un camino que ya abrieron en su día notables jazzmen o músicos de folk europeo hace décadas, y que casi siempre ofrece frutos muy saludables.
Tras Radizz hay un intenso y concienzudo trabajo de reinvención, con excelentes arreglos y un amplio espacio para la espontaneidad y la aportación personal de cada miembro del grupo: y como todos son grandes músicos, consiguen dar forma a un ensamblaje colectivo que suena diferente y muy suyo. María San Miguel aporta toda la versatilidad que puedas imaginar; Roberto Nieva nos dejó un puñado de incendiarios solos que generaron una riqueza dinámica muy importante para al resultado final, con Mario Carrillo y el gran Diego Martín siempre atentos al matiz, la respuesta y el impulso colectivo. En este grupo se sabe escuchar, y dar un paso al frente cuando hay que hacerlo.
Creo que Radizz es un proyecto que, apenas recién nacido, tiene una proyección de futuro espléndida. Y sirve también para reivindicar una vez más el valor y talento de los músicos castellanos y leoneses, a menudo ignorado, cuando no abiertamente ninguneado, por quienes deberían apoyarlo y defenderlo con orgullo. Y no se trata únicamente de que lo merezcan: es también una forma de dar lustre y mantener viva una cultura tradicional contra las amenazas del olvido y la trivialización.
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