El programa de un concierto se semeja, muy a menudo, a un menú gastronómico: entrante ligero, plato principal y postres (las propinas). En días veraniegos y tiempos frugales, ofrecer un menú copioso con dos platos principales puede resultar una tentativa un tanto temeraria, tanto para la cocina como para los comensales. Máxime cuando los condimentos a maridar son de naturaleza y carácter dispares. Una realidad que, el pasado 9 de agosto, se evidenció en el terreno musical en el Festival de Torroella de Montgrí.
Con una orquesta reducida a formación de cámara (instrumento por pentagrama), los integrantes de Armonico Consort abordaron una de las cimas del arte musical sacro de la Italia dieciochesca: el Stabat Mater de Pergolesi. Pieza de hondo calado dramático desde los primeros compases y de un aliento expresivo sobrecogedor, nada fácil de servir en frío ni de digerir en ayunas. Una composición para voces alto y soprano que fue abordada por un contratenor (William Towers), la parte de alto, y por dos sopranos (Hannah Fraser-Mackenzie y Eloise Irving), que se alternaron en la parte aguda. Una fórmula que, a pesar de la corrección estilística del trío de intérpretes, restó concisión dialéctica sin aportar ningún extra a la efectividad discursiva. En su conjunto, estuvo bien cantado, aunque lejos de resultar profundamente interpretado. Tampoco no contribuyó a ello el discreto acompañamiento instrumental, de pulso y relieve escasamente incisivo, amén de puntuales pasajes de afinación vacilante en la cuerda aguda.
De carácter muy distinto resultó el segundo plato principal, obra culmen del teatro musical británico: Dido & Aeneas de Purcell. Aquí la implicación y la desenvoltura del conjunto de intérpretes fue todo otra cosa y, si en el anterior caso desdoblaban una voz entre varios, aquí, por el contrario, muchos de los cantantes habían de abordar más de un papel con el plus de una acción semiescenificada. Christopher Monks optó por una versión jovial y desenfadada, lejos de escrúpulos puristas; una lectura donde prima un enfoque más vitalista que preciosista, más empeñada en una comunicación directa y desinhibida que en una recreación pulcramente historicista. Un planteamiento que fue secundado encarecidamente por el competente equipo de cantantes que protagonizaron esta aventura ampurdanesa. Un conjunto de intérpretes jóvenes entre los que destacaron las sopranos Fraser-Mackenzie (Dido/Bruja) y Eloise Irving (Belinda/Bruja), esta última, además, una excepcional actriz; el elegante barítono Andrew Davis (Aeneas) y la masculinizada hechicera del contratenor William Towers.
Una propuesta amena, esta última, resuelta escénicamente de forma ágil y eficaz, que fue capaz de enganchar y ganarse la simpatía del exigente público que llenaba el auditorio del Espai Ter.
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