El aclamado tenor polaco presentó ante el público ampurdanés un atractivo programa protagonizado por una colección de romanzas de Chaikovsky; obras que se cuentan entre lo más exquisito de la literatura liederística rusa, tan poco prodigada en estas latitudes. Como bien subraya el colega Jordi Maddaleno en las notas al programa, estas piezas pintan una gran variedad de registros, de atmósferas y de caracteres, que van de lo más íntimo a lo más enfático, todas ellas hilvanadas por una refinada escritura musical que aúna, prodigiosamente, el sentido dramático de los versos y la quinta esencia del melodismo lírico tardoromántico.
En el recogido emplazamiento de la iglesia del Carme, el pasado 19 de julio, Beczala desplegó todos sus medios canoros para dar a conocer este repertorio, rematando la primera parte del recital con la bien conocida aria “Kuda, Kuda” de Eugene Onegin. En la segunda parte, la música centroeuropea de Stanislaw Moniuszko (principal representante de la escuela operística polaca) y de Antonin Dvorak compartió protagonismo con las célebres arias de Verdi (Un ballo in maschera) y Puccini (Tosca). Contó para ello con el delicado e incisivo acompañamiento pianístico de Sarah Tysman.
Cada interpretación de Piort Beczala es una lección magistral de canto. En este sentido, su actuación resulta siempre un valor seguro: timbre áurico, dominio absoluto de los recursos expresivos, excelencia técnica, elegancia discursiva. Como cabía esperar, no defraudó en ninguna de las comprometidas piezas del programa, ejerciendo de soberbio embajador de un repertorio eslavo tan exquisito como incomprensiblemente ignorado – el chovinismo germanófilo en el ámbito de la canción lírica es un mal endémico que aún se arrastra desde épocas decimonónicas. Si cupiera buscar algún pero, solo cabría apuntar aquel exceso de pulcritud apolínea que le impide despeinarse incluso en el último aliento conclusivo; un factor que le resta aquella descarga de arrebato electrizante que, especialmente en el repertorio meridional, siempre más dado a la efusión temperamental, inflama el ánimo locuaz de los auditorios. Con todo, la ovación al finalizar el recital fue unánime, con un público puesto en pie por admiración más que por impulso.
La segunda velada musical, celebrada la noche del 20 de julio, tuvo como protagonismo la cantante de música de ligera Pasión Vega, quien nos ofreció un recital de canciones entresacadas de la banda sonora de los diversos films de Pedro Almodóvar. Este tributo al cineasta manchego tuvo lugar en el escenario polivalente del Mirador, ubicado en los jardines del Castillo de Peralada, debidamente decorado por Gabriel Insignares, bajo la dirección artística de Joan Anton Rechi. Las gradas del público, dispuestas frente a frente, flanqueaban el cuadrilátero central donde se ubicaron el cuarteto de instrumentistas, liderado por Moisés P. Sánchez, y la veterana cantante madrileña.
Clásicos y estándares populares, como “La bien pagá”, “Cucurrucucú Paloma”, “Piensa en mi” o “En el último trago”, se fueron sucediendo merced a unos arreglos pulcramente interpretados aunque uniformemente estilizados. Quizás por ello, a pesar del despliegue de recursos interpretativos de la cantante madrileña, este ejercicio de almodovarismo musical resultó menos vibrante que destilado.
Como nota al margen, un año más cabe lamentar que este veterano certamen haya renunciado a la edición de los tradicionales programas de mano, adoptando el sustitutivo de las plataformas digitales, tan efímeras como poco eficaces.
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