Doce Notas

Martha Argerich y la medalla del Festival de Granada

opinion  Martha Argerich y la medalla del Festival de Granada


Y es que Argerich no se merece otra cosa. Es un referente de la interpretación pianística que lleva en la primera fila del espacio musical internacional décadas. Aportando un carácter y una energía que aún ayer pudo apreciarse. La primera vez que tocó en el Festival fue en 1979 -como recordó Antonio Moral- y la medalla es el merecido reconocimiento de Granada a su carrera.

El programa que se proponía para esta ocasión consistió en El sombrero de tres picos, de Falla, el Concierto para piano, de Schumann y La consagración de la primavera, de Stravinsky. A la medida de los intérpretes: entre dos obras muy conocidas por el director, semejantes en época y carácter, el romántico y humildemente poderoso Concierto de piano.

La orquesta tocó con fuerza la Suite nº 2 del ballet El sombrero de tres picos. En esta Suite se incluyen la famosa Seguidilla, que representa musicalmente el taconeado de unos bailarines (bailaores), y la Jota, que rememora de forma sumatoria muchos aires de carácter folclórico español muy pintorescos y orquestados de forma preciosista y preciosa por Falla. Se pudieron oír todos estos preciosismos instrumentales por muy buenos músicos; si bien algunos colores, transiciones y puntos adecuados de metrónomo se perdieron en la traducción al “romade” paladino, idioma en el cual habla la orquesta en lugar del nuestro con sus diversos acentos.

En el concierto, Argerich estuvo visiblemente incómoda: quizá por un foco, quizá por la banqueta, dando muestras de ello hasta el final, acabando la obra humildemente con la mano en el pecho ante los aplausos. De propina tocó el nº 1 de las Kinderszenen Op. 15, también de Schumann. Después se produjo el emotivo homenaje ya mencionado.

Tras el descanso se tocó La consagración de la primavera, obra rompedora con la tradición que, en su estreno en 1913, provocó la indignación del público. Es quizá comprensible por la pulsión que podríamos decir animal que suscita la escucha, algo totalmente ajeno a los conciertos de aquel momento. Este efecto salvaje perfectamente bien aceptado en la actualidad es debido a los ritmos agresivos y sofisticados que se utilizan, a una tonalidad huidiza y a la sonoridad de una orquestación que no busca la dulzura sino ser intencionadamente incisiva. Nuevamente tanto el viento madera como el metal volvió a destacar en los múltiples solos, también en las combinaciones ‘a dos’ y ‘a tres’, etc. que despliega la orquestación; los equilibrios en estos solos estaban bastante bien medidos. La cuerda tocó con la agresividad correspondiente además de con un sonido potente y bonito. Quizá el conjunto quedó sin una visión general más amplia, un plano desde lejos que hiciera una mayor comprensión de esta obra programática e incidental.

Un concierto emotivo y hermoso que se queda para el recuerdo.

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