Doce Notas

Dudamel y la Filamónica de los Ángeles en el Liceu

opinion  Dudamel y la Filamónica de los Ángeles en el Liceu


El carismático director venezolano fue el principal atractivo de estas funciones, transcurridas los días 26 y 27 de mayo. Su pulso dinámico y su dilatada experiencia en este tipo de giras internacionales lograron imprimir una discursividad musical fluida y rutilante, bien secundada por la orquesta norteamericana. No cabía esperar mucho más en el terreno de la profundidad dramática de la obra, puesto que la naturaleza del espectáculo era más acorde a una función de bolo que a una producción propiamente dicha.

El equipo de voces solistas resultó competente y equilibrado, sobresaliendo la espléndida soprano Tamara Wilson en el rol de Leonora. La secundaron con gran profesionalidad el tenor Andrew Staples como Florestan; los bajos James Rutherford y Shenyang, como Rocco i Don Pizarro, respectivamente; la soprano Gabriella Reyes, como Marzelline. No quedaron atrás, el Jacquino de David Portillo y el Don Fernando de Patrick Blackwell. El coro titular del teatro, reforzado por el Cor de Cambra del Palau de la Música, rindió también a un óptimo nivel.

La parte escénica quiso ensayar la ocurrencia de hacer un espectáculo para sordos. Una iniciativa muy en la línea discursiva del inclusivismo mágico imperante, pero del todo estéril e inoperante en el caso que nos ocupa. Puede existir música desde la sordez (Beethoven es un ejemplo eximio de ello), pero no música para sordos (exceptuando alguna de las ocurrentes obras de John Cage). Por todo ello, más allá de la gesticulación propia del lenguaje de señas, la experiencia de no declamar los diálogos, hizo decaer el pulso dramático del espectáculo para los oyentes, sin mejorar con ello la ausencia de percepción sonora en el caso de los sordos.

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