
© Miguel Lorenzo/Mikel Ponce
Su música es soberbia y delicada a la vez, pulida hasta el último detalle y sólidamente cimentada sobre unos cuantos motivos a los que Dvořák aplica la técnica del leitmotiv. Estos Leitmotiv varían constantemente y reflejan la situación o el estado de ánimo de los personajes en facetas siempre nuevas. Sirva de ejemplo la conocida Canción de la luna de Rusalka que recorre toda la ópera desde la mismísima obertura hasta el final, a veces con gracia, a veces de manera misteriosa o apasionada.
Aún así y pese a poseer todos los ingredientes necesarios para ser una ópera excepcional y magistralmente compuesta, Rusalka dista mucho de encontrarse entre las más interpretadas, un ranking que lidera La flauta mágica de Mozart con casi 20.000 representaciones hasta ahora en más de 3.200 diferentes producciones, si se quiere dar crédito a los datos publicados en línea por Operabase. En varios portales o listas publicadas en revistas especializadas Rusalka ni tan siquiera aparece entre las 100 mejores o más interpretadas (en otros sí, todo hay que decirlo).
Sea como fuere, el Palau de les Arts acertó en coproducir esta joya operística junto al Teatro Real, a la Ópera Estatal de Dresde y al Liceo de Barcelona que cuenta con la dirección musical de Cornelius Meister, el director general de música de la Ópera y Orquesta Estatales de Stuttgart desde 2018. El también alemán Christof Loy es en esta producción quien se responsabiliza de la parte escénica. Loy goza de una amplia trayectoria, salpicada de múltiples premios que lo sitúan entre los directores más codiciados del momento. En su trabajo un tanto estático transforma el reino acuático de las ninfas en un viejo teatro abandonado en el que Rusalka representa a una bailarina coja que ansía conocer el mundo real y el amor.
Cornelius Meister dirigió a una pletórica OCV, firme en todas sus secciones, con entusiasmo, pero sin caer en sentimentalismos, perfilando las innumerables sutilezas melódico-armónicas de la partitura con gran claridad. Sobre esta base, la soprano rusa Olesya Golovneva, nominada a premio por la ópera de Colonia precisamente por su Rusalka, enfocó al personaje con maestría, compartiendo protagonismo con el tenor Adam Smith. Éste dibujó a un Príncipe claro, embelesado por las artimañas amorosas de la princesa extranjera, a la que dio vida una soberbia Sinéad Campbell-Wallace, no menos elocuente y dramáticamente convincente que la Ježibaba de Enkelejda Shkoza. El bajo ruso Maxim Kuzmin-Karavaev plasmó a un Vodnik correcto, aunque un tanto rígido. A todos ellos les acompañaron Daniel Gallegos (el cazador), Manel Esteve (el guardabosques), Laura Orueta (el pinche de cocina) y las tres ninfas encarnadas por Cristina Toledo, Laura Fleur e lyona Abramova, completanto un elenco vocal homogéneo y compacto en todos sus aspectos. Bien que óperas como Rusalka aparezcan también en teatros como Les Arts para que el gran público tenga la oportunidad de conocer esta joya operística.
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