Doce Notas

Centenario Zeffirelli en la Arena de Verona

opinion  Centenario Zeffirelli en la Arena de Verona

Carmen

La noche del 24 de agosto, se repuso la producción de Carmen de Bizet, con una escenografía de gran formato, con grandes decorados y estructuras de cartón piedra, ambientadas en la España meridional de principios del siglo XIX. Al realismo escenográfico de Zeffirelli, se unió un gran despliegue de masas humanas -y animales-, movidas todas ellas con fluidez y óptimo sentido dramático. Ambos laterales del escenario, ligeramente avanzados, fueron reservados al cuerpo de baile, a cargo de la Compañía Antonio Gades, quienes cosecharon un importante éxito con sus coreografías flamencas.

Daniel Oren volvió a demostrar su pericia como director musical, sacando a relucir la portentosa instrumentación bizetiana, aunque en puntuales ocasiones su énfasis orquestal llegó a tapar las voces del coro. En los números solistas, su tendencia a estilizar los tempi, acabó languideciendo en exceso algunas de las intervenciones, especialmente las del personaje protagonista. Éste último fue abordado por la excepcional mezzo Clémentine Margaine, quien, a pesar de haber abordado la noche anterior una Amneris de alto voltaje dramático, encarnó una Carmen de línea más lírica que dramática, con voz plena y vigorosa, aunque faltada de mayor enjundia y carnalidad expresiva. Vittorio Grigolio fue un Don José efusivo y de gran ímpetu expresivo, tanto en el terreno dramático como en el canoro. La Micaela de Daniela Schilliaci firmó una soberbia interpretación que le valió la ovación más sonora del público después de su aria antológica del tercer acto. Por su parte, Gëzim Myshketa encarnó un Escamillo entregado y de notable dignidad.

El resto de coprimarios, entre los cuales se contaba el español Jan Antem (Dancairo), cumplieron a un buen nivel. Así mismo, el coro titular rindió de forma competente, a pesar de alguna puntual irregularidad en la sección femenina y algún desajuste episódico con la orquesta.

Madama Butterfly

El 25 de agosto, pudimos disfrutar de las escenografías de inspiración oriental que Franco Zeffirelli dedicó a la producción de Madama Butterfly. Una ambientación montañosa, presidida por la casa de la protagonista, que se resintió, en diversos momentos, de una iluminación muy rudimentaria y excesivamente oscura.

Daniel Oren firmo una excepcional labor al frente de la orquesta del festival, con una encomiable unción discursiva, un uso suntuoso de las dinámicas y una portentosa transparencia que sacó a relucir el rico entramado temático de la obra. Por lo que a las voces se refiere, Maria José Siri encarnó una Cio-Cio-San muy inspirada, de gran volada lírica e intención expresiva, merced de una voz plena y uniforme en toda la tesitura, magníficamente modulada. A su vez, Angelo Villari fue un Pinkerton vigoroso, de nobles acentos y canto con squillo, mientras que Gevorg Hakobyan vistió un cónsul de notable autoridad vocal y escénica. La Suzuki de la veterana Elena Zilio estuvo correcta, a pesar de acusar un notable cambio de color en los cambios de registro. Muy destacados también, el Goro de Matteo Mezzaro y el Zio Bonzo de Gabriele Sagona, así como el resto de coprimarios. El coro estuvo muy ajustado en sus puntuales intervenciones.

La traviata

La tercera de las producciones zeffirellianas repuestas fue La traviata, el último título que el artista italiano estrenó en la Arena veronesa, el mismo año de su fallecimiento (2019). En ella, Zeffirelli se recreó en sus raíces neorrealistas para alumbrar una puesta en escena de época, historicista y con una vistosa escenografía que reproduce una gigantesca casa de muñecas. En este escenario, las escenas de los bailes y las fiestas del primer y tercer actos alcanzan un gran efecto dramático.

La dirección musical corrió a cargo del director veronés Andrea Battistoni, quien hizo gala de un excepcional trabajo de concertación. Desde los primeros compases, supo tomar el pulso a la obra, facilitando el trabajo de los cantantes y entresacando a la orquesta un sonido fluido, preciosista y rico en detalles. La suya fue una lectura vitalista, equilibrada y sin efectismos pomposos, capaz de captar el latido dramático más íntimo de la obra. Para lo cual contó con una aliada de lujo en la soprano Nadine Sierra como Violetta. La cantante norteamericana derrochó todo su talento en dar cuerpo a la desvalida cortesana; fogosa y vitalista, en el primer acto; penetrante e incisiva, en el segundo; desgarradora y sobrecogedora, en el tercero. Su privilegiado instrumento, puesto al servicio de una portentosa sensibilidad dramática, hicieron las delicias del auditorio, capaz de revivir, gracias a su magistral recreación, el drama de la protagonista en piel propia.

Contribuyó a su buen hacer, el notable Alfredo de Francesco Meli, quien cantó e interpretó con arresto la parte del impetuoso amante. Ludovic Tézier se lució como Giorgio en las arias y el dueto del segundo acto, haciendo gala de un envidiable elegancia musical y prestancia escénica. El conjunto de coprimarios actuaron a un gran nivel, así como el coro, que estuvo impecable en todas sus intervenciones. Mención especial mereció también la sección de cuerdas, pues sonaron en absoluto estado de gracia.

Al finalizar, el público que abarrotaba el colosal anfiteatro, rindió una sonora y merecida ovación al conjunto de intérpretes.

___________

Salir de la versión móvil