
Cortesía del Festival Castell de Pereladda
El pasado 4 de agosto, en el salón polivalente del Mirador del Castillo de Peralada, se representó la breve opereta The telephone de Gian Carlo Menotti (1911-2007). Una producción proveniente del Festival Musika-Música bilbaíno que saca partido a la sátira cómica que, de modo casi profético -fue estrenada en 1947-, anticipa la nomofobia imperante en nuestros días. María Goiricelaya ambientó la escena en una sala de gimnasio -templo sociales de nuestros tiempos-, en donde un pobre Ben intenta infructuosamente pedir la mano a Lucy, a quien no da tregua su teléfono. Ruth González (Lucy) y Jan Antem (Ben) defendieron con notable prestación canora y dramática ambos personajes. A su vez, Iván Martín fue el encargado de concertar con gran eficacia desde el piano el competente conjunto instrumental que dio cuerpo sonoro a esta simpática producción.
La escasa media hora del espectáculo supo a poco al público congregado, a pesar de que, después de un cóctel de cortesía, se ofreciera una sesión de versiones “a lo barroco” de los Beatles y Bowie, a cargo de la Gio Symphonia de Francesc Prat. Una propuesta atractiva pero que poco casaba con la sesión operística de Menotti. Y es que en la música, como en la gastronomía, no todo marida.
Mucho más saciados, y entusiasmados, salieron los asistentes del último recital del festival, el pasado 5 de agosto, a pesar de que éste se viera salpicado por la cancelación, tres días antes, de uno de sus protagonistas, el tenor Xabier Anduaga. El cantante vasco fue substituído in extremis por el joven norteamericano Jonah Hoskins, quien fue la auténtica revelación de la velada. Junto a la exquisita soprano Serena Sáenz desgranaron un programa belcantista que encandiló al público ampurdanés con unas interpretaciones despampanantes. La soprano catalana demostró estar en un estado de gracia absoluto y poseer una madurez canora que la capacita para abordar los roles más comprometidos del repertorio lírico-ligero con holgados medios y un derroche de maestría vocal con pocos equivalentes en nuestras latitudes -Sara Blanch sería, en este sentido, su alter ego-. Su recreación del aria de locura de la Lucia, la “Je marche sur tous les chemins” de Manon o el “Caro nome” del Rigoletto verdiano fueron dignas de las mejores galas ampurdanesas, amén de su desparpajo interpretativo (canoro y escénico) en las páginas de zarzuela que culminaron el concierto.
A su vez, su compenetración con el joven tenor americano fue absoluta. Éste abordó páginas no menos comprometidas como “Cesare di più resistere” de Il barbiere, “Parigi, o cara” (La traviata), “Una furtiva lacrima” (Elisir d’amore) o la pirotécnica “Ah! mes amis” -como canción de salida (¡!)-, que alcanzó el re sobreagudo. No solo su belleza tímbrica y su facilidad insultante para el agudo deslumbraron el auditorio, sino también la naturalidad expresiva de su fraseo y la espontaneidad discursiva de su dominio técnico. Con la cantante catalana interpretaron unos memorables duetos (Don Pasquale, L’elisir d’amore y La traviata) en los que exhibieron buena química y sintonía canoras. A ellos se sumó el virtuoso pianista Maciej Pikulski, quien se lució, a su vez, con dos páginas endiabladas de Franz Liszt.
Tres hits de propina (O sole mio, “O mio babbino caro” y el celebérrimo brindis de La traviata) premiaron la entusiasta ovación del público puesto en pie. Un brillante colofón canoro que la organización tuvo la gentileza de dedicar a Roger Alier, el eminente crítico barcelonés y fiel asistente al festival traspasado el pasado 29 de junio.
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