Había cierta expectación entre los barceloneses por ver esta nueva propuesta coreografiada de la obra cumbre de Henry Purcell, habida cuenta del increíble precedente que supuso la producción que Sasha Waltz ofreció el año 2008 en el Teatro Nacional de Catalunya. Para ello, en la presente edición, se contaba con el aval indiscutible del maestro Christie y su espléndida formación de Les Arts Florissants, en la vertiente musical, y con la laureada coreógrafa española, establecida en París, Blanca Li, para la danza. No obstante la excelencia exhibida en el gesto y en el sonido, la conjunción no acabó de cuajar plenamente, quedando en un entredós, a medio camino de la ópera y la danza.
Al discurso musical no cupo ningún reproche, salvo las medidas de un coliseo como el Liceu, de un tallaje demasiado grande para obras de pequeño y mediano formato como ésta. La elegancia y la finura musicales prevalecieron en todo momento en la lectura del director francés, subrayando la pureza lírica, el equilibrio sonoro y la incisión retórica, sin perder jamás el pulso dramático, ni caer en expresiones impetuosas ni exaltados contrastes. A la brillantez de su reducido ensemble musical, se sumó un equipo de voces excepcional, encabezado por Kate Lindsey (Dido), Renato Dolcini (Aeneas/Hechicera) y Ana Vieira Leite (Belinda), amén de un coro y coprimarios magníficamente conjuntados.
Blanca Li optó por ubicar la formación orquestal en el mismo escenario y desarrollar una dramaturgia que superponía los movimientos coreográficos a la acción dramática de los personajes, entrelazando el movimiento de ambos. Mientras los tres protagonistas aparecían situados a modo de cariátides en grandes pedestales, a su alrededor se desarrollaba una danza incesante que pretendía expresar los movimientos del alma que atenazaban a el devenir de cartagineses y troyanos, todo ello sobre un fondo escenográfico de claroscuros lumínicos. Unas coreografías de intenso calado plástico y expresivo que, sin embargo, dada su incesante presencia escénica, superpuesta a músicos y cantantes, acabó sobreestimulando al espectador y desdibujando la nitidez del desarrollo narrativo de la obra.
Con todo, la producción se impuso por su atractivo estético y la brillantez de músicos, cantantes y cuerpos de danza. Además, a modo de preámbulo, pudimos escuchar la oda “Celestial Music did the Gods inspire”, del mismo Purcell.
___________