Doce Notas

Un feliz reencuentro

opinion  Un feliz reencuentro

Cortesía Liceu

A pesar de que en tiempos más recientes se había escuchado alguna de las óperas de esta colección, las generaciones de liceístas más jóvenes no habían tenido ocasión de ver representada la trilogía completa, tal como era voluntad de su compositor. Por fortuna, los responsables artísticos del coliseo de Les Rambles han sabido compensar estas décadas de olvido con una producción que en su día de estreno, el pasado 27 de noviembre, despertó el furor del público barcelonés gracias al acierto de múltiples factores.

En primer lugar, cabe subrayar la labor escénica de esta producción proveniente de la Bayerische Staatsoper. Un montaje firmado por Lotte de Beer, repuesto con encomiable trabajo por Anna Ponces. Su lectura lectura dramática que intenta hilvanar la disparidad argumental de las tres obras a partir del “memento mori” como común denominador, gracias a una eficaz dirección de actores y unos óptimos recursos escenográficos. El espacio escénico, concebido como un túnel del tiempo cónico y giratorio, concentra la acción de las tres obras en una atmósfera encapsulada, si bien espléndidamente dinamizada por la diversidad de efectos lumínicos, escénicos y de vestuario conjugados, todos ellos, con una gran entidad y variedad plásticas. A ello cabe añadir el gran trabajo escénico de los protagonistas y coprimarios, algunos los cuales realizaron un auténtico tour de force asumiendo diversos roles.

Por lo que a las voces se refiere, el reto de reunir un reparto tan nutrido y extenso fue saldado con gran acierto, alternando algunas de las voces más preciadas del actual panorama internacional con excelentes intérpretes del ámbito local. Entre los primeros cabe destacar la magistral recreación de Ambrogio Maestri en el doble rol de Michele (Il tabarro) y Gianni Schicchi, sobrecogedor en su dramática encarnación del infeliz marinero, así como excepcional por la vis cómica derrochada en el papel del avispado usurpador florentino. Le secundó en su primer papel la arrolladora soprano noruega Lise Davidsen, quien pocas semanas atrás había encandilado al público en un concierto de alto voltaje germánico en este mismo escenario (véase crónica en estas mismas páginas) y ahora reivindicaba las posibilidades de su portentoso instrumento dentro del ámbito del verismo italiano como Giorgetta. Tampoco quiso quedar atrás la albanesa Ermonela Jaho, recreando una Sour Angelica de gran intensidad dramática e inciso aliento canoro. Su duelo vocal con la eximia Daniela Barcellona (quien alternó los roles de La Princesa en Sour Angelica y de Zita en Gianni Schicchi) fue uno de los momentos culminantes de la velada. También combinó distintos roles Ruth Iniesta, como joven pareja en Il tabarro y Lauretta en Gianni Schicchi, regalándonos una deliciosa interpretación de la célebre aria “O mio babbino caro”. Entre los coprimarios, la veterana mezzosoprano Mireia Pintó realizó un auténtico maratón encadenando tres papeles con ejemplar eficacia escénica y solvencia canora: Frugola (Il tabarro), la monja celadora (Sour Angelica) y la Ciesca (Gianni Schicchi). Así mismo, cumplieron con gran pericia María Luisa Corbacho (Abadesa), Marc Sala (vendedor de canciones / Gherardo), Stefano Palatchi (Simone), Marta Infante (maestra de novicias) y Mercedes Gancedo (Suor Genovieffa), entre otros.

Nada de esto hubiera llegado a buen puerto sin la hábil concurrencia en el foso de la debutante Susanna Mälkki, directora de firme pulso que supo insuflar el aliento musical necesario a cada escena sin comprometer el equilibrio entre voces e instrumentos. Su labor no se limitó a concertar eficazmente sino que elevó el vuelo sonoro de la velada entresacando las motivos musicales de la orquestación y explorando las reminiscencias francesas de la sutil instrumentación pucciniana. Momentos como el conmovedor final de Sour Angelica lograron sacudir el ánimo del espectador más dominguero del teatro. Sin lugar dudas, una producción de las que crea afición.

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