Doce Notas

Un exitoso colofón mozartiano

opinion  Un exitoso colofón mozartiano

© David Ruano

Que vivimos tiempos de cambios e incertidumbres, es una realidad patente (y latente) en el Gran Teatre del Liceu, donde las modificaciones de repartos y de producciones sobre la marcha están al orden del día. En esta ocasión, no solo la enfermedad de Núria Rial motivó un cambio en el reparto, sino que la producción ampliamente publicitada de Simon McBurney fue substituida por la clásica versión londinense de David McVicar. Esta última, no por muy conocida a través de la pantalla, menos agradecida de ver. Sus guiños al mundo del cine, su habilidad narrativa, su vistosa y efectista escenografía, así como su magistral trabajo de la iluminación y del vestuario, hacen de ella una de las adaptaciones del título mozartiano que mejor resisten el paso de los años. Sencillamente, una delicia. Cosa que supo apreciar con creces y aplausos el auditorio barcelonés.

El reparto del dia 25 de junio estuvo encabezado por el Tamino de Julien Behr, muy bien caracterizado y pulcramente cantado, con envidiable intención y noble línea, y por la Pamina de Serena Sáenz, exquisita, delicada e incisiva en todas sus intervenciones. El pirotécnico papel de la Reina de la noche corrió a cargo de la espléndida Sara Blanch, intachable en cada una de sus acrobáticas notas y esplendida en su cometido dramático. Otra de las voces de la casa, el tenor Roger Padullés, nos brindó un Monostatos de gran envergadura y chispa escénica. El Sarastro de Stephen Milling supo imprimir toda la autoridad y la gravedad necesarias al personaje de Sarastro, mientras que el Papageno de Joan Martín-Royo exprimió al máximo la bis cómica del popular personaje. A Matthias Goerne se le hizo pequeño el papel de Orador, mientras que los sacerdotes y hombres de armas de Albert Casals y David Lagares cumplieron notablemente con su cometido. El trío formado por las tres damas de Berna Perles, Gema Coma-Alabert y Marta Infante fueron un lujo para la escena y para el oído, como encantadora fue la Papagena de Mercedes Gancedo e impecables los tres niños del coro dels Amics de la Unió.

Otro de los atractivos de la producción fue la dirección musical a cargo de Gustavo Dudamel, quien, a pesar de imprimir unos tiempos puntualmente acelerados (en la obertura y en algunos concertantes), supo dar brillo al conjunto de los números musicales e imprimir carácter a la orquesta. Tanto las voces de coro como los instrumentos de foso rindieron a un nivel excelente bajo la batuta del venezolano.

Por lo que al libreto se refiere, por esta vez, sobrevivió al revisionismo talibanista que nos acecha, y los no pocos comentarios misógenos que contiene salieron airosos de la censura. No fue así el caso de las alusiones raciales a Monostatos, debidamente “blanqueadas” tanto en el escenario como en la traducción subtitulada. Resulta paradójico que muchos de los que se empeñan en querer convertir los teatros en academias platónicas ignoren el hecho fundamental de que falsear el pasado nunca contribuye a mejorar el presente. Más bien, todo lo contrario.

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