Doce Notas

Músicos llenos de carisma

opinion  Músicos llenos de carisma

El programa era de una inusual heterogeneidad y estaba construido pensando en una asociación a priori arbitraria, quizás como una excusa: los apellidos de todos los compositores comenzaban por la letra B. Sin embargo -quizás- esto hizo posible un discurso (si pensamos en la sucesión de obras) fresco y severo a partes iguales.

El concierto lo abría el Ave verum corpus, motete a cuatro voces mixtas a capella del célebre Willam Byrd, dirigido por Marzena Maikun, titular de la orquesta, con una inusual soltura para la música coral, pues suele ser infrecuente tal efectiva conexión, inclusive interés, de una directora (o director) de orquesta para con la música exclusivamente coral. Le sucedieron los Tres himnos latinos de Gottfried Berg, compositor sueco de ascendencia germánica que lamentablemente se prodiga menos de lo que podría en las salas de concierto.

La primera obra sinfónica coral de la velada fueron los Salmos de Chischester de Leonard Bernstein. Una partitura brillante donde muchas ideas y ethos diferentes se concitan en una masa sinfónico coral que avanza de manera orgánica. El solista fue el contratenor Carlos Mena que, sin duda, y sin afear la eficiente labor artística de la orquesta y la brillante intervención del coro, fue junto a la directora lo mejor del concierto. En plena forma y con una vocalidad a la que su papel en esta pieza de Bernstein le viene como anillo al dedo, ofreció momentos emocionantes y de sobrada solvencia técnica a partes iguales.

Al coro a capella se volvió con Si fuera un pez, de Luciano Berio. Una pieza curiosa, sencilla y carismática, una canción popular siciliana donde el italiano apenas interviene y que bascula entre la candidez y la belleza sencilla. Oportunidad también para demostrar el carisma de la directora, que cerró el último acorde del coro con un gesto gracioso pero discreto. Antes de proseguir con el Brahms que cerraría el concierto, la pieza sirvió para rebajar la intensidad de los salmos del americano y aportar del otro lado de la balanza de la densidad, si se piensa en la cuarta sinfonía del último compositor con B del concierto.

El músculo de la orquesta salió a relucir con esta última intervención sobre la que, por encima de la complejidad en la construcción, muy propia de Brahms, brillaron la intensidad de la directora y la entrega de la orquesta.

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