Doce Notas

Al reencuentro de Orfeo

opinion  Al reencuentro de Orfeo

Frente a la abstracción tonal y las ocurrencias sonoras de corte contemporáneo, la búsqueda de belleza musical lleva a programadores e intérpretes a remontar hacia atrás, a la caza de tesoros artísticos sepultados por el tiempo. Este fenómeno creciente ha permitido recuperar la obra de grandes maestros, redescubriendo estéticas sonoras y praxis interpretativas olvidadas, las cuales cada vez cuentan con más adeptos. Al resurgir del barroco dieciochesco con criterios historicistas, iniciado a finales del pasado siglo, se le suma ahora la recuperación del barroco temprano, de la música del Renacimiento – que no renacentista, puesto que no existe ésta como tal – y de lo que va saliendo a luz de la música del medievo. Basta con ojear las programaciones de los principales auditorios internacionales u observar la proliferación de festivales y ciclos de música antigua, para darse cuenta de ello. Una realidad inversamente proporcional a la fortuna de la creación musical contemporánea, a pesar de las ingentes subvenciones públicas destinadas al caso.

Una muestra culminante de ello pudimos apreciarla con gran entusiasmo en el concierto ofrecido por el contratenor francés dedicado al mítico cantor de la antigua Tracia. Seducido por las interpretaciones neoplatónicas del mito que proliferaron en la Florencia renacentista, así como por el preciosismo poético del “recitar cantando” (aquella práctica monódica nacida en los albores del Barroco), Jaroussky reconstruyó la favola de Orfeo a partir de tres versiones operísticas del XVII: las de Claudio Monteverdi (1607), Luigi Rossi (1647) y Antonio Sartorio (1672). Lejos de resultar un pasticcio deshilvanado, el espectáculo fue mayúsculo y perfectamente cohesionado, gracias en gran medida al virtuosismo canoro y expresivo del conjunto de intérpretes.

Cabe subrayar que, por aquello de las restricciones de aforo derivadas de la pandemia, el concierto se ofreció en función doble, cosa que otorga aún más mérito al esfuerzo realizado por el equipo artístico. Quizás éste fuera el motivo de las ligeras tiranteces en el registro agudo acusadas por el contratenor al inicio de la segunda sesión, rápidamente desaparecidas para dar lugar a una auténtica exhibición al más puro stile rappresentativo, con unas cuotas de intuición expresiva y profundidad poética sin parangón. Una interpretación exquisitamente secundada por la excepcional soprano húngara Emóke Baráth, a la que por fortuna hemos podido escuchar con cierta frecuencia últimamente en la capital catalana. Las voces de ambos, íntimamente hermanadas en timbre, estilo y aliento expresivo, sumergieron al público en los misterios de la alquimia órfica. Un viaje iniciático para el que contaron con la complicidad del magnífico Ensemble Artaserse, un auténtico lujo para los oídos.

Al finalizar, la catarsis fue absoluta con la propina del primer gran dueto amoroso de la historia de la ópera: “Pur ti miro” de L’incoronazzione di Poppea monteverdiana. Un anecdótico descuido de la soprano nos recordó que, como en el caso de Orfeo, a pesar de lo divino de la música, incluso sus más consumados oficiantes también son humanos, muy humanos. El público del Palau puesto en pie ovacionó y agradeció encarecidamente la revelación del rostro más humano de la divinidad o, si se prefiere, más divino de lo humano.

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