
Foto: Paco Amate
Si los populares títulos de Puccini y Donizetti serán los encargados de dar brillo al escenario de Les Rambles estos meses de junio y julio, respectivamente, el pasado mayo recaló en el coliseo lírico la compañía del Ballet Nacional Checo para ofrecer la emblemática obra de Chaikovski. Después de meses sin actividad a telón abierto, la compañía checa presentó su versión de la adaptación del sudafricano John Cranko. Las coreografías de Cranko aúnan siempre pasión y virtuosismo técnico; requieren de una importante implicación emocional por parte de los bailarines, que han de ser capaces no solo de decir sino, sobre todo, de expresar.
En este sentido cabe apuntar que, en la representación del pasado 30 de mayo, la compañía de Praga fue de menos a más. Si bien los primeros actos fueron resueltos con pulcritud y justeza de acuerdo al guion narrativo, fue en los dos últimos cuando la emoción se hizo más palpable en el escenario. La primera solista del Ballet Nacional Checo perfiló una Odette muy pegada al suelo al principio, aunque su recreación fue ganando enteros como cisne negro hasta rubricar un finale intensamente emotivo. El joven príncipe y el malvado brujo participaron también de este crescendo dramático que acabó arrebatando al público catalán que llenaba el aforo del teatro.
Contribuyó al buen desarrollo del espectáculo la ejemplar interpretación de la música de Chaikovski a cargo de la Orquesta del Liceu, muy bien conducida por el maestro Václav Zahradník. Los decorados, a la antigua usanza, se complementaron con un rico vestuario y una plástica iluminación. El cuerpo de ballet en su conjunto demostró poseer las virtudes de la mejor tradición eslava, una herencia que sigue brillando – y emocionando – bien entrado ya el siglo XXI.
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