Dos personas en conflicto permanente, conflicto que lleva a Johnson a la depresión y al borde del suicidio debido a una horrible relación con sus progenitores, especialmente la madre, y al compositor ruso al “exilio interior”, la muerte social, a pesar de ser una de las figuras artísticas más relevantes de su época en la Rusia stalinista y post-Stalin. De hecho, hasta los primeros sesenta no recoge el carnet del Partido Comunista y lo hace después de muchas presiones, ya en época de Kruschev y después de tener que leer críticas a su música “individualista” en el oficial Pravda.
Tengo una cierta afición por los artistas rusos de la época (Maiakovsky, Lili Brik, Elsa Triolet, Anna Ajmátova) y la dinámica era la misma “poner en sus manos” la pistola que llevaba a la muerte, a la desesperación o al exilio, a la muerte del “nosotros”, el “yo social” necesario para muchos creadores. Shostakovich consigue “sublimar” estas intenciones refugiándose en una música muy expresiva e introspectiva que le conecta con el alma musical rusa, con Mussorgsky y Chaikovsky (algo menos con el gran héroe oficial soviético, Prokofiev) y, a través de Bethooven, llega a Bach, ejemplo de razón y sentimiento en la música clásica occidental. Apolo y Dionisos, como avanzó Nietzsche.
Sinfonías, conciertos, cuartetos, toda su obra destila este “pesimismo de la razón” (Gramsci) propio de un estado que, levantado sobre las ruinas de la injusticia zarista, no alcanza a apoyar la búsqueda de felicidad personal y social que demandaban sus “intelectuales” de primera línea.
Solo su sinfonía “Leningrado” debería haberle servido de salvoconducto intelectual de por vida; ahora leo que es más un homenaje al sufrimiento de la ciudad durante el asedio que una mera celebración del triunfo sobre el ejército nazi.
El caso es que el autor del libro se ve recompensado anímicamente por esta música que nace del dolor, de la fractura entre Shostakovich y el establishment soviético, que a la vez que le aplaude, no evita que en algunos de sus estrenos tenga que vigilar el gesto de Stalin y no dormir esa noche en casa…por si acaso.
Establishment que llega a decir: ha escrito usted muchas obras en tonalidad menor, que es una tonalidad triste. Debería usted escribir más obras en tonalidad mayor. No hay lugar para la tristeza en nuestra utopía socialista.”
Stephen Johnson encuentra alivio en anímico en la contención personal y musical de Shostakovich, ya que su gran dolor proviene de la dificultad de sostener una relación afectiva normal con sus progenitores, algo que le trauma, le lleva a la consulta psiquiátrica y a considerar la posibilidad de acabar con su depresión de forma drástica y definitiva mediante el suicidio. Si alguien puede expresar el drama mediante la música esa misma música, sentida y no solo escuchada, nos puede ayudar a entender ese drama y encontrar una salida emocional sin necesidad de recluir al individuo o forzarle al exilio social definitivo, el suicidio.
El deseo, el arrebato, el llanto, la catarsis a veces son manifestaciones de esa “curación emocional”. En menor medida nos ha pasado a todos los aficionados.
Un gran libro que se lee con fruición y ayuda a comprender la motivación profunda de la composición y la escucha musical. Muy recomendable.
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