Sus paseos por la danza la convirtieron en el icono de la modernidad que es hoy. Vanguardista empedernida, Tórtola Valencia se apropió del estereotipo de lo exótico y supo aprovechar la fascinación del público del romanticismo por las danzas de otros mundos para crear el suyo propio. Inventora de imágenes en movimiento, sus solos cargados de orientalismo y sensualidad se filtraron en los grandes medios seduciendo a intelectuales y artistas de todos los sesgos: ellos alimentaron la marca Tórtola arropando un icono que pronto triunfó en los teatros internacionales.
Hoy conocemos sus recuerdos porque se conservan en el Museo del Institut del Theatre de Barcelona. Gracias a ello, la bailarina de la belle epoque ha resurgido de entre los documentos con una versión teatral fresca que ha podido disfrutarse en las Naves del Español. Guiada por retazos de su archivo, la pluma de Begoña Tena imagina a una Tórtola risueña, carismática y un poco alocada que renace poderosa y bonita gracias a la interpretación de Maria José Peris. El resultado es una biografía ficcionada que se mimetiza con las ensoñaciones que la propia Tortola alimentó en vida: que si era la hija bastarda de algún miembro de la familia real española, que si era familiar de Goya…
En esta invitación a imaginar a «la bailarina de los pies desnudos», su vida amorosa y sus preferencias políticas están en primer plano. En detrimento de su papel como bailarina y coreógrafa, una Tórtola catalanista y republicana emerge de entre los recuerdos como el fantasma que no pudo recorrer Europa. Esa Tórtola demasiado colorista para un mundo en blanco y negro resulta ser el fiel reflejo de la dificultad que tuvieron las mujeres libres para encajar en el oscuro mundo del fascismo; al mismo tiempo que su contrapunto, interpretado por Marta Chiner, se convierte en la falangista más creíble al son de las coplas de la venganza.
Esta versión no esconde que Tórtola Valencia tuvo una tortolita: se trata de Ángeles Magret Vila, encarnada con tacto por Resu Belmonte, a quien adoptó legalmente como hija para poder vivir su historia de amor de puertas para dentro.
Las escasas escenas de danza se las debemos a un trío de bailarinas, que como una especie de coro-coreográfico, aderezan los ensueños de Tórtola con la estética vanguardista. Ellas ayudan a generar una atmósfera que conecta con nuestros años veinte, donde la casi total presencia femenina convierte el escenario en un espejismo en el que soñar con una República de las artistas, de las pensadoras, de las escritoras, de las mujeres.
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